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Mostrando las entradas de marzo, 2011

Polvo

He comenzado a leer El nombre de la rosa de Umberto Eco, y ya desde las primeras páginas me topé con una de esas frases indelebles, de esas frases que se adentran en la piel como un taladro. Adso describía a su mentor Guillermo en los siguientes términos: “Durante el periodo que pasamos en la abadía, siempre vi sus manos cubiertas por el polvo de los libros, por el oro de las miniaturas todavía frescas, por las sustancias amarillentas que había tocado en el hospital de Severino”. La razón por la cual esa frase me atrajo es que desde hace poco más de tres meses vengo con las manos limpias. Y las cosas: objetos, almas, manos, no deben estar tan limpias, porque el polvo es quien da cuenta del paso por el mundo, y el paso por el tiempo. Polvo somos y en polvo nos convertiremos. Por eso el polvo que hay en los libros, el polvo de las bibliotecas, son las almas de personas que gastaron sus vidas y sus ojos allí, adquiriendo sabiduría y espíritu. El alma de las bibliotecas se nutre de muert