Adiós, maestro Sábato

La primera vez que escuché el nombre de Ernesto Sábato fue en el colegio en el grado noveno. Mi profesora se llamaba Ofelia; nombre ideal para una maestra de literatura, desde luego que para la mamá de un buen amigo también. Como a mediados del año, cada alumno individualmente tuvo que tomar una decisión: leer El túnel de Ernesto Sábato o Los cachorros de Mario Vargas Llosa. Para ese entonces no tenía ningún tipo de referencia de ninguno de los dos escritores. La literatura aún no se me había develado en su total esplendor. De los dos títulos sentí preferencia por Los cachorros (yo era entonces un cachorro en aquella época). Lo disfruté bastante.

Por otro lado, varios amigos que escogieron El túnel me contaron la historia a grandes pinceladas; un pintor se enamora de una mujer y luego la mata. Pensé que había acertado en mi elección al escucharlos. Luego me daría cuenta que no era tan así. Con el tiempo comprendería que Ernesto Sábato jugaba un papel importante en las letras latinoamericanas, y en la vida de muchas personas.

Muchos años después, en la época de la universidad, yo frecuentaba el parque del periodista. Uno iba allá, compraba cervezas, vino, o ritual, y se emborrachaba hasta las dos o tres de la madrugada. Casi siempre iba con un amigo muy popular, entonces, por lo general, siempre estaba conociendo gente nueva.

Una noche conocí a una mujer bastante hermosa en la época del festival de poesía, que decía que no le interesaba ese festival, porque no estaba Paul Valery. Me sorprendió ese comentario. La mujer también siguió asistiendo al periodista cada sábado, así que tuvimos oportunidad de hablar un par de ocasiones. Se llamaba Ana. Una vez me dijo que su libro favorito era Sobre héroes y tumbas, y que su personaje favorito de toda la literatura universal era Alejandra. Que se quería parecer en todo a ella. Que la había dejado en shock ese personaje. Por ese entonces no había leído ese libro, no había leído nada de Sábato, así que sentí al gusanillo de la literatura, cerca a mi oreja, presto para morderme. Siempre me pasa, cuando escucho a alguien hablar con pasión sobre un libro, quiero leerlo.

Leí el libro bastante pronto, y pude comprobar que las palabras de Ana eran ciertas, Sábato era un escritor supremamente teso. Hay ciertas imágenes de ese libro que parecen indelebles. Recuerdo una en especial: se trata de cuando Martín está hablando con Molinari, se siente mal, sale del edificio, y allí vomita. Wow, en ese vómito está todo.

Años después, una noche en Mandala, conocería a una mujer muy hermosa llamada Diana. Nos hicimos buenos amigos instantáneamente. Hablando de literatura, llegamos a Sábato. Ambos amábamos la novela cumbre del argentino. Pero Diana era más conocedora, así que me habló de la continuación: Abaddon el exterminador. Yo, como siempre, no la había leído. Entonces decidimos hacer un intercambio, aunque Diana recalcó que fuera con carácter devolutivo; yo le prestaría Rayuela y ella a mí, Abbadon.

La novela semiautobiográfica resultó ser una obra finísima. Desde luego que no superó a Sobre héroes y tumbas; pero está llena de pasajes sensacionales. Recuerdo cuando un guerrillero, que había combatido con el Ché, le está explicando a Marcelo ciertos asuntos del socialismo. Todos trabajarían, todos tendrían comida, todos tendrían un par de zapatos. Marcelo niño le pregunta que qué pasaría si una persona no estuviera satisfecha con un par de zapatos, qué pasaría si esa persona quisiera tener más zapatos que los demás. La respuesta del guerrillero es muy pedagógica; dice que para qué alguien querría dos pares de zapatos si solo tiene un par de pies.

En la librería Palinuro también escuché una vez sobre ese libro; aquella vez me sentí orgulloso, porque se hablaba de un libro de Sábato que yo ya me había leído. El señor de Palinuro leía unas cartas que un escritor joven le había dirigido a Sábato. Ah, qué consejos tan sabios los qué encontré en esas páginas.

Años después, leí por fin El túnel, la novela que recibió elogios de Albert Camus. Solo puedo decir que no es la mejor de Sábato.

Maestro Sábato, muchas gracias por su literatura, muchas gracias por Sobre héroes y tumbas, muchas gracias por Alejandra. Hasta pronto.

Felipo Zaná

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Sobre rayar, ya sea en los libros, en lo etéreo o en la locura

La biblioteca de mis sueños

Significado amoroso de los cepillos de dientes