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Mostrando las entradas de diciembre, 2010

Crecimiento

Tengo muy presente una clase de Matemáticas Especiales, donde Pedro Isaza decía que aprender era simplemente hacer que lo difícil se volviera fácil. Se trataba de una ecuación que ocupaba todo el tablero a lo largo y ancho; contenía sumatorias, integrales, derivadas, límites y demás cosas complejas. Señalando el tablero mencionaba que ahora que estábamos en el cuarto o quinto semestre era el momento para mirar atrás y ver todo lo que habíamos aprendido; si nos hubieran mostrado al principio de nuestras carreras una ecuación como esa, seguramente nos hubiera ahuyentado y no habríamos querido saber más nada de matemáticas en nuestras vidas; por el contrario, ahora la contemplábamos y nada nos asustaba, casa término de la ecuación era tan claro, tan transparente. Eso decía aquel hombre que odiaba la música de Julio Iglesias: “aprender es hacer que lo difícil se vuelva fácil”. Pienso que pasa lo mismo con el crecimiento, es hacer que las cosas que antes parecían tan altas, ahora se encuent

Funeral

“I don’t know what you mean by ‘glory,’ ” Alice said. Humpty Dumpty smiled contemptuously. “Of course you don’t—till I tell you. I meant ‘there’s a nice knock-down argument for you!’ ” “But ‘glory’ doesn’t mean ‘a nice knock-down argument’,” Alice objected. “When I use a word,” Humpty Dumpty said, in a rather a scornful tone, “it means just what I choose it to mean—neither more nor less.” “The question is,” said Alice, “whether you can make words mean so many different things.” “The question is,” said Humpty Dumpty, “which is to be master that’s all.” Alice was too much puzzled to say anything, so after a minute Humpty Dumpty began again. “They’ve a temper, some of them—particularly verbs, they’re the proudest—adjectives you can do anything with, but not verbs—however, I can manage the whole lot! Impenetrability! That’s what I say!” Sí, la recuerdo, a esa palabra yo le di vida; nació mientras contemplaba gaviotas bajo el sol; aquella otra, salió de mi costilla mi

Traducción

¿Qué hago ahora? Traduzco las líneas del corazón a las líneas de la mano y viceversa. Felipo Zaná

Heráclito

Preguntáis por qué visto siempre de la misma manera: el mismo pantalón negro, una camiseta, una camisa a cuadros sin abotonar, unos tenis Croydon; el pelo siempre cascudo o mechudo. Me dices que eso siempre ha sido así, a pesar de que me has visto en varias épocas de mi vida. Me dices además que el cambio es tan importante, que un día una camisa roja y al otro día una verde te renueva y te da otro aire; que el cambio es la clave de la vida; que cortándose el pelo se van tantas cosas y el alma se renueva. Yo me callo, no te hablo de que el color del pantalón cambia todos los días, porque cada día ya no es tan negro; no te hablo del color de la camiseta que cada día se va volviendo más pálido; no te hablo de los botones que va perdiendo la camisa; no te hablo de los Croydon, que cada vez son diferentes, que cada vez tengo que evitar los charcos con mayor cuidado; que mi pelo crece a cada segundo, que cada día un piojo procrea, que hay tantos cambios en mi apariencia. Sí quiero hablar, po

El efecto Kafka

Pensar en Kafka es pensar en lo absurdo, es por eso que su obra tiene tanta aplicabilidad en la vida “real”, pues qué más absurdo que la vida misma. Esta semana una tía llegó de visita a mi casa, y me preguntó qué estaba leyendo. Le dije que estaba dedicado a Kafka. Ella hizo un gesto horrible, y me dijo: “Ah, ese es el de la Metamorfosis, ah, qué horrible”. Mi tía me contó que no concebía cómo en el colegio le habían puesto a leer ese libro tan macabro. Consideraba que era una novela muy avanzada para la tierna edad del colegio. También me ilustró sobre el trauma de por vida que había dejado Kafka en ella. Mi tía es incapaz de matar una cucaracha; o siempre que mata alguna, queda con un gran sentimiento de culpa, pues imagina que esa cucaracha puede ser un ser humano que una mañana, tras un sueño intranquilo, despertó convertido en un monstruoso insecto. Yo por mi parte siempre pienso en Kafka toda vez que pasó por la portería del edificio de mi trabajo. Por lo general lo hago cuatro

La historia de Genji

Esta semana comencé a trabajar. Como mi trabajo queda relativamente cerca a la universidad, decidí ir al restaurante de las negras. Ese restaurante es el mejor que he conocido, junto con aquel que quedaba en la misma cuadra, ya desaparecido. La comida es riquísima y el precio es muy económico. Luego de almorzar, todavía me quedaba una hora antes de volver al trabajo, así que entré un rato a la Universidad Nacional. Sin lugar a dudas, a la universidad que más cariño le tengo es a la nacho, hablo de la sede del Volador. Me encontré con Jorge Iván, un viejo amigo de Minas que hacía días no veía. Ya en la Nacional fui a la biblioteca para recorrer los estantes de literatura. Me sorprendió mucho esa colección, porque vi muchos libros que nunca había visto en la Piloto. Consulté varios estantes, pero me detuve especialmente en el de literatura japonesa, ya que la pienso leer dentro de poco. Había principalmente libros de Kawabata y de Mishima, también estaba el libro “Tokio Blues” de Murakam

Sobre cartas y carteros

Hoy realicé el trabajo de cartero, y me gustó. Tenía que entregar en total nueve cartas, todas a la misma destinataria. El remitente me las había confiado desde hacía ocho días. Cuidadosamente guardé las cartas durante todo ese tiempo, en espera de un encuentro con la destinataria. Me esmeré por que no se fueran a ensuciar, ni a doblar, ya que es siempre muy molesto cuando le entregan a uno algo con manchas de vino o sucio con frijoles. Tomé mi papel de heraldo muy en serio, pensé mucho en lo que significa ser cartero. Recordé un fragmento de la novela Yo estoy en este cuadro cuando el cartero se le presenta al protagonista: “Soy cartero. Viajo de aquí para allá, con muchas historias a cuestas. Me gusta mi oficio. Cada carta es un pedazo de vida que se desprende de una persona para formar parte de otra. Es un pequeño regalo de biografía, tanto por el tiempo que se gasta escribiéndola como por el contenido que se plasma”. Y ahora por fin pude llegar a entender esas palabras. Claramente

Cadáver exquisito

Fui invitado por mi lápiz y mi lapicero a una fiesta. Se trataba de algo muy sencillo, sin mucho glamur. En total solo éramos seis: mi lápiz, mi lapicero de tinta verde, la novia de mi lapicero, la amiga de la novia de mi lapicero y, por último, un portaminas viejo, que no tenía dueño. La fiesta comenzó a las ocho de la noche, sin embargo, a las diez había llegado a ese punto muerto en que suelen caer las reuniones sociales: mi lapicero verde y su novia tempranamente se habían enfrascado en una conversación íntima que excluía a todos los demás. Mi lápiz quedó prendado de la amiga de la novia de mi lapicero, y trataba por todos los medios de ser locuaz, pero su melancolía de blanco y negro no le favorecía mucho. Así que mi único interlocutor era el portaminas viejo. Enseguida me contó de lo feliz que se sentía por no tener dueño, nunca vacilaba en nada; me habló un poco de Zaratustra, era algo como si Dios hubiera muerto, se consideraba pues un superportaminas. Me hablaba de la sincerid