De la noche, la luz y las tinieblas
Estoy enamorado de la mujer que guarda las llaves de la noche
Fayad Jamís
Felipo Zaná
Fayad Jamís
La noche y la luz podrían entrar en todo tipo de discusión. Se podría preguntar, por ejemplo, ¿te gusta hacer el amor con la luz prendida o apagada?, ¿tu tumba debe ser cavada bajo el sol o bajo las estrellas? ¿Hiciste trasnochar a tu madre el trivial día en que naciste? ¿Por qué al gato le gusta tanto la noche? ¿Por qué no tenemos sus ojos? ¿Le temes a la oscuridad? ¿Cuántos soles te gustaría contemplar antes de morir? Por ser éste un blog con tinte literario voy a hablar sobre si escribir en la noche o en el día, además de algunos significados de la noche que me gustan. Sé que la literatura lo abarca todo: todas las preguntas, todos los fuegos, todas las contradicciones, pero yo apenas soy una pequeña letra en la Biblioteca de Babel de Borges.
Como siempre, la metodología es escribir de todo aquello que va llegando a mi cabeza a medida que estoy sentado, irrespetando siempre las características del discurso, es decir: cohesión, coherencia, claridad, unidad, etc.
«La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios:”Haya Luz”; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día, y a las tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero». Es posible que no existan en el mundo dos palabras que hayan sido cubiertas de tanta arena por el reloj de la historia como ‘luz’ y ‘noche’. Cada segundo echa su grano de arena sobre ellas, y es así como adquieren una nueva capa, es decir, un nuevo significado. La cita anterior es del Génesis. Vemos claramente una distinción entre luz y noche. La palabra noche surge como un eufemismo de tinieblas, que invoca quizá más poder, es como si fuera una jaula del lenguaje, el verdadero creador de todo, para contenerla; para que no se esparza por el mundo, para que nunca recupere su poder primigenio, o el territorio que le fue arrebatado por medio de un imberbe Dios. Hay también presente una terrible separación, el Génesis dice que no pueden estar al mismo tiempo: son excluyentes. Preguntarse por qué Dios consideró buena a la luz, y guardó silencio con respecto a la noche es un misterio. Quizás algún día, cuando Dios decida escribir sus memorias lo revelé. Quizá cuente de sus temores a la oscuridad cuando niño, de su terrible soledad en medio de las tinieblas, de no tener nadie con quien jugar, de no tener alguien que le cante con una guitarra o una pandereta, es posible que el silencio lo agobiara. ¿Habría desarrollado voz propia en medio de la soledad? Dejemos de lado al buen Dios, al Prometeo cristiano, y vayámonos para donde los hombres.
Años después, llegaron unos hombres, franceses en su mayoría, que hablaban de la luz de la razón, que ese era el medio por el cual podríamos desentrañar todas las claves de la naturaleza, del mundo y del ser humano. A la época posterior, la llamaron oscurantismo: nuevamente la oposición. Tuvimos un siglo de luces, donde todos los seres humanos iban a ser felices por medio de la razón. Pero aún seguimos en busca de la felicidad.
Los románticos se opusieron a los ilustrados y su luz, entonces echaron mano de lo opuesto, es decir: la noche, lo místico; lo exótico, en contraposición a lo francés; lo desconocido, la imaginación, la melancolía (sin razón). Veamos qué canta uno de los exponentes de este movimiento, Novalis, es sus himnos a la noche: «¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama, por encima de todas las maravillas del espacio que los envuelve, a la que todo lo alegra, la luz —con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia, cuando ella es el alba que despunta? Como el más profundo aliento de la vida la respira el mundo gigantesco de los astros, que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules— la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo, la respira la planta […] Pero me vuelvo hacia el valle, a la sacra, indecible, misteriosa Noche. Lejos yace el mundo —sumido en una profunda gruta— desierta y solitaria es su estancia. Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza. En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.—Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez, breves alegrías de una larga vida, vanas esperanzas se acercan en grises ropajes, como niebla del atardecer tras la puesta del sol. En otros espacios abrió la luz sus bulliciosas tiendas. ¿No tenía que volver con sus hijos, con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia? […] ¿Tiene que volver siempre la mañana? ¿No acabará jamás el poder de la tierra? Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega. ¿No va a arder jamás para siempre la víctima del Amor? Los días de la Luz están contados; pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche».
Thomas Alva Edison inventó un pequeño sol dentro de cada hogar: la lámpara incandescente. Es una aproximación a la unión entre luz y noche, pero aún muy incompleta. Es decir, la luz y la noche pueden convivir en el mundo en un tiempo determinado, pero en lugares diferentes. Porque la luz echa de la casa a la noche, y ésta se concentra más en las afueras, rabiosa por el desplazamiento.
Newton propuso la Teoría Corpuscular de la luz. Allí él decía que la luz se comportaba como rayos de partículas que avanzaban en línea recta. Luego, los experimentos de Young y Fresnel pusieron en tela de juicio lo que había dicho el inglés, reivindicando a Huygens, pues la luz era una onda, podía moverse como una culebra por todo el espacio, rodear los objetos, dar una vuelta por el barrio y volver nuevamente para ser fuego en la candela. Aún recuerdo, en mi clase de física, ese experimento con la moneda, y cómo la luz se desviaba y se concentraba en el centro de la moneda al otro lado, imposible si la luz avanzara como una sucesión de partículas. Me pregunto cómo será la teoría de la noche, la noche será onda o partícula. Una linterna de noche, para aquellos que no puedan soportar los rayos del sol, para aquellos que quieran ver los objetos con su matiz de silencio, soledad, tristeza y melancolía a toda hora; debe ser fabuloso. La noche moviéndose como rayos, o la noche como una onda esquivando los rayos del sol y tomando su perdido lugar.
Mis primeros años de vida transcurrieron en el campo, allí la gente se acuesta siempre temprano, y se levanta muy de mañana para realizar todas las labores que hay por hacer. Fue así como desde niño comencé a dormir muy temprano. Me gustaba ver cómo las gallinas se acostaban a las cinco de la tarde. Tenían su propia casa, y se subían por medio de un tronco. Ya en el calor de su hogar, se esparramaban y daban las buenas noches en idioma galluno. Me levantaba aún con la oscuridad encima. De la noche siempre me gustaban las estrellas y las luciérnagas. Me gustaban esos seres revolucionarios que se resistían a la imposición del cielo.
Cuando iba del campo a la ciudad en esos viajes que gastaban diez horas; me fascinaba la noche, porque los paisajes tenían mayor belleza, además del frío que siempre guarda la noche en su interior. Cuando el bus comenzaba a recorrer el Valle de Aburrá, el juego de luces de la ciudad me quitaba el sueño, deseaba que ese viaje se extendiera por siglos y siglos.
Cuando me establecí en la ciudad, me acostaba luego de que terminaba la novela “En cuerpo ajeno”. Pero saltemos en el tiempo, porque esto se podría extender.
Y pasó el tiempo,
Mi tiempo favorito para escribir era en la madrugada, ahora escribo en las últimas horas de la noche. Ambas horas son buenas. En ambas la ciudad duerme; y el silencio, la melancolía y el olvido se confabulan para que salgan unas cuantas letras de oscuridad por entre el lapicero.
Hablar de la luz y la oscuridad que llevamos dentro es más complicado aún. Quizá allí es el único lugar donde conviven y pelean constantemente esas dos fuerzas condenadas como los gatos y los ratones a las armas. En cada persona es diferente, en unas vemos a veces un campo de batalla y a veces sale sangre de un soldado de la noche o de la luz por entre la boca o los ojos de la gente; otras veces salen rayos de luz y de noche perfectamente entremezclados como en un barrilete por los ojos. Quizá escribir sea solo eso, hablar de la batalla entre la luz y la sombra que todos llevamos dentro. O no, qué estoy diciendo, quizá escribir sea quitar esa jaula del lenguaje, prescindir de la bonita palabra noche, retroceder lo que hizo Dios, y hablar solamente de tinieblas. Volver al inicio de todos los tiempos, volver al reino de las tinieblas, a ese tiempo donde no se conocía de la palabra Newton, ni Voltaire, ni Novalis, ni Goethe, ni Descartes, ese tiempo donde todo era silencio.
Como siempre, la metodología es escribir de todo aquello que va llegando a mi cabeza a medida que estoy sentado, irrespetando siempre las características del discurso, es decir: cohesión, coherencia, claridad, unidad, etc.
«La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios:”Haya Luz”; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día, y a las tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero». Es posible que no existan en el mundo dos palabras que hayan sido cubiertas de tanta arena por el reloj de la historia como ‘luz’ y ‘noche’. Cada segundo echa su grano de arena sobre ellas, y es así como adquieren una nueva capa, es decir, un nuevo significado. La cita anterior es del Génesis. Vemos claramente una distinción entre luz y noche. La palabra noche surge como un eufemismo de tinieblas, que invoca quizá más poder, es como si fuera una jaula del lenguaje, el verdadero creador de todo, para contenerla; para que no se esparza por el mundo, para que nunca recupere su poder primigenio, o el territorio que le fue arrebatado por medio de un imberbe Dios. Hay también presente una terrible separación, el Génesis dice que no pueden estar al mismo tiempo: son excluyentes. Preguntarse por qué Dios consideró buena a la luz, y guardó silencio con respecto a la noche es un misterio. Quizás algún día, cuando Dios decida escribir sus memorias lo revelé. Quizá cuente de sus temores a la oscuridad cuando niño, de su terrible soledad en medio de las tinieblas, de no tener nadie con quien jugar, de no tener alguien que le cante con una guitarra o una pandereta, es posible que el silencio lo agobiara. ¿Habría desarrollado voz propia en medio de la soledad? Dejemos de lado al buen Dios, al Prometeo cristiano, y vayámonos para donde los hombres.
Años después, llegaron unos hombres, franceses en su mayoría, que hablaban de la luz de la razón, que ese era el medio por el cual podríamos desentrañar todas las claves de la naturaleza, del mundo y del ser humano. A la época posterior, la llamaron oscurantismo: nuevamente la oposición. Tuvimos un siglo de luces, donde todos los seres humanos iban a ser felices por medio de la razón. Pero aún seguimos en busca de la felicidad.
Los románticos se opusieron a los ilustrados y su luz, entonces echaron mano de lo opuesto, es decir: la noche, lo místico; lo exótico, en contraposición a lo francés; lo desconocido, la imaginación, la melancolía (sin razón). Veamos qué canta uno de los exponentes de este movimiento, Novalis, es sus himnos a la noche: «¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama, por encima de todas las maravillas del espacio que los envuelve, a la que todo lo alegra, la luz —con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia, cuando ella es el alba que despunta? Como el más profundo aliento de la vida la respira el mundo gigantesco de los astros, que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules— la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo, la respira la planta […] Pero me vuelvo hacia el valle, a la sacra, indecible, misteriosa Noche. Lejos yace el mundo —sumido en una profunda gruta— desierta y solitaria es su estancia. Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza. En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.—Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez, breves alegrías de una larga vida, vanas esperanzas se acercan en grises ropajes, como niebla del atardecer tras la puesta del sol. En otros espacios abrió la luz sus bulliciosas tiendas. ¿No tenía que volver con sus hijos, con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia? […] ¿Tiene que volver siempre la mañana? ¿No acabará jamás el poder de la tierra? Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega. ¿No va a arder jamás para siempre la víctima del Amor? Los días de la Luz están contados; pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche».
Thomas Alva Edison inventó un pequeño sol dentro de cada hogar: la lámpara incandescente. Es una aproximación a la unión entre luz y noche, pero aún muy incompleta. Es decir, la luz y la noche pueden convivir en el mundo en un tiempo determinado, pero en lugares diferentes. Porque la luz echa de la casa a la noche, y ésta se concentra más en las afueras, rabiosa por el desplazamiento.
Newton propuso la Teoría Corpuscular de la luz. Allí él decía que la luz se comportaba como rayos de partículas que avanzaban en línea recta. Luego, los experimentos de Young y Fresnel pusieron en tela de juicio lo que había dicho el inglés, reivindicando a Huygens, pues la luz era una onda, podía moverse como una culebra por todo el espacio, rodear los objetos, dar una vuelta por el barrio y volver nuevamente para ser fuego en la candela. Aún recuerdo, en mi clase de física, ese experimento con la moneda, y cómo la luz se desviaba y se concentraba en el centro de la moneda al otro lado, imposible si la luz avanzara como una sucesión de partículas. Me pregunto cómo será la teoría de la noche, la noche será onda o partícula. Una linterna de noche, para aquellos que no puedan soportar los rayos del sol, para aquellos que quieran ver los objetos con su matiz de silencio, soledad, tristeza y melancolía a toda hora; debe ser fabuloso. La noche moviéndose como rayos, o la noche como una onda esquivando los rayos del sol y tomando su perdido lugar.
Mis primeros años de vida transcurrieron en el campo, allí la gente se acuesta siempre temprano, y se levanta muy de mañana para realizar todas las labores que hay por hacer. Fue así como desde niño comencé a dormir muy temprano. Me gustaba ver cómo las gallinas se acostaban a las cinco de la tarde. Tenían su propia casa, y se subían por medio de un tronco. Ya en el calor de su hogar, se esparramaban y daban las buenas noches en idioma galluno. Me levantaba aún con la oscuridad encima. De la noche siempre me gustaban las estrellas y las luciérnagas. Me gustaban esos seres revolucionarios que se resistían a la imposición del cielo.
Cuando iba del campo a la ciudad en esos viajes que gastaban diez horas; me fascinaba la noche, porque los paisajes tenían mayor belleza, además del frío que siempre guarda la noche en su interior. Cuando el bus comenzaba a recorrer el Valle de Aburrá, el juego de luces de la ciudad me quitaba el sueño, deseaba que ese viaje se extendiera por siglos y siglos.
Cuando me establecí en la ciudad, me acostaba luego de que terminaba la novela “En cuerpo ajeno”. Pero saltemos en el tiempo, porque esto se podría extender.
Y pasó el tiempo,
Mi tiempo favorito para escribir era en la madrugada, ahora escribo en las últimas horas de la noche. Ambas horas son buenas. En ambas la ciudad duerme; y el silencio, la melancolía y el olvido se confabulan para que salgan unas cuantas letras de oscuridad por entre el lapicero.
Hablar de la luz y la oscuridad que llevamos dentro es más complicado aún. Quizá allí es el único lugar donde conviven y pelean constantemente esas dos fuerzas condenadas como los gatos y los ratones a las armas. En cada persona es diferente, en unas vemos a veces un campo de batalla y a veces sale sangre de un soldado de la noche o de la luz por entre la boca o los ojos de la gente; otras veces salen rayos de luz y de noche perfectamente entremezclados como en un barrilete por los ojos. Quizá escribir sea solo eso, hablar de la batalla entre la luz y la sombra que todos llevamos dentro. O no, qué estoy diciendo, quizá escribir sea quitar esa jaula del lenguaje, prescindir de la bonita palabra noche, retroceder lo que hizo Dios, y hablar solamente de tinieblas. Volver al inicio de todos los tiempos, volver al reino de las tinieblas, a ese tiempo donde no se conocía de la palabra Newton, ni Voltaire, ni Novalis, ni Goethe, ni Descartes, ese tiempo donde todo era silencio.
Felipo Zaná
Comentarios