Hace poco fui jurado de un concurso de cartas de amor: ¿Qué sé yo del amor? He fracasado. ¿Qué sé yo de cartas? He sido cartero. Cuando recibí las cartas tenía muchas expectativas: esperaba encontrar bellas joyas, tipo la carta de Virginia Woolf a Leonard Woolf, alguna de las cartas a Theo que escribe Vincent Van Gogh o alguna de las cartas de mi amigo Alex Girasol. Sin embargo, la realidad fue otra. En primer lugar, todas las cartas de amor estaban muy mal escritas. La palabra escrita es música, y las tildes son fundamentales para la melodía. Lastimosamente ya casi nadie sabe poner tildes o les da pereza o no hay tiempo para sentarse a escribir algo propiamente; casi nadie sabe poner tildes así haya que aprenderse tan solo tres sencillas reglitas; ahora las únicas tildes que hay en los escritos son las que el procesador de texto corrige, pero a él se le escapan tantas, pues existe el arma revólver y el verbo revolver y ambas son correctas. Pero no solo las tildes eran la falla,