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Mostrando las entradas de febrero, 2013

Un techo desconocido, la bestia

He llegado otra vez a los dormitorios solitarios, a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez tiro al suelo los pantalones y las camisas, no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.  Pablo Neruda, T ango del viudo Me he movido entre el frío estos últimos días. Bogotá y Tunja. De la capital puedo decir que es una ciudad grande, gris, caótica, elegante y deliciosamente fría. Hay mucho por conocer. Los primeros días estuve muy entusiasmado por ello, pero poco a poco los trancones de la ciudad, las distancias, los tumultos en el Transmilenio y la soledad fueron aplacando esos bríos tempraneros.  He dormido bajo techos desconocidos. Lo cual resulta un poco terrorífico al despertar, sencillamente porque uno se llena de nostalgia. Cuando uno se acuesta, cuando uno se levanta y ve el techo desconocido, es cuando la soledad más aqueja. Es difícil el primer día, el segundo, el tercero… no sé e

Vieja botella de vino

Llegué a la terminal de transporte de Medellín con mi papá. Esperamos un rato. A los minutos llegó mi primo J., acompañado de mi tía LD y su esposo F. No pudimos comprar tiquetes para viajar inmediatamente, sino que tuvimos que esperar una hora. Y en esa hora de espera, vigilante de las maletas, me dejé llevar por el pasado. Lo primero que se me vino a la mente fue la despedida que esa mañana había tenido con mi mamá. Salí con ella muy temprano de la casa; ella iba para el trabajo, yo, a tirar la basura. Como tenía prisa para no llegar tarde, tomó la delantera y se despidió con un: "Mucha suerte. Te quiero mucho". La vi alejarse, y se me embargó el corazón de tristeza. Es tan triste ver la espalda de alguien mientras se aleja, pero quizás es menos triste que ver el frente. Los seres humanos caminamos hacia adelante (no somos cangrejos), así que en casos normales veríamos la parte trasera cuando alguien se aleja; parece que todo fue cuidadosamente diseñado por el crea