Vieja botella de vino

Llegué a la terminal de transporte de Medellín con mi papá. Esperamos un rato. A los minutos llegó mi primo J., acompañado de mi tía LD y su esposo F. No pudimos comprar tiquetes para viajar inmediatamente, sino que tuvimos que esperar una hora. Y en esa hora de espera, vigilante de las maletas, me dejé llevar por el pasado.
Lo primero que se me vino a la mente fue la despedida que esa mañana había tenido con mi mamá. Salí con ella muy temprano de la casa; ella iba para el trabajo, yo, a tirar la basura. Como tenía prisa para no llegar tarde, tomó la delantera y se despidió con un: "Mucha suerte. Te quiero mucho". La vi alejarse, y se me embargó el corazón de tristeza.
Es tan triste ver la espalda de alguien mientras se aleja, pero quizás es menos triste que ver el frente. Los seres humanos caminamos hacia adelante (no somos cangrejos), así que en casos normales veríamos la parte trasera cuando alguien se aleja; parece que todo fue cuidadosamente diseñado por el creador; tanto detalle que tiene la parte delantera: rostro; ojos, nariz; pecho, abdomen. En cambio la parte trasera es tan simple. Y parece que hubiera sido concebido así, para que en las despedidas no hubiera mucho detalle, no fueran tan duras (pero son duras). La parte delantera está destinada a los encuentros, y entonces uno puede ver unos ojos llenos de alegría, un rostro ahora nítido, que quizás se estaba perdiendo en la memoria. Pensando en el pasado, pensé en el futuro, en los reencuentros.
Pensé mucho en el trabajo que dejaba. Allí aprendí tanto de tantas personas bellas. Me fui no queriéndome ir; queriendo volver algún día. Pensé en mis amigos de Bello. En la familia. Y se me vino a la mente la canción de Los Visconti, Vieja botella de vino.
Para el viaje, me acompañaba un puñado de libros, un puñado de ropa, un puñado de recuerdos y un corazón. Y quizás ese equipaje sea suficiente para construir un futuro.

Dos mil seiscientos metros más cerca de las estrellas.

Felipo Zaná

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