Un techo desconocido, la bestia



He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes. 
Pablo Neruda, Tango del viudo

Me he movido entre el frío estos últimos días. Bogotá y Tunja. De la capital puedo decir que es una ciudad grande, gris, caótica, elegante y deliciosamente fría. Hay mucho por conocer. Los primeros días estuve muy entusiasmado por ello, pero poco a poco los trancones de la ciudad, las distancias, los tumultos en el Transmilenio y la soledad fueron aplacando esos bríos tempraneros. 

He dormido bajo techos desconocidos. Lo cual resulta un poco terrorífico al despertar, sencillamente porque uno se llena de nostalgia. Cuando uno se acuesta, cuando uno se levanta y ve el techo desconocido, es cuando la soledad más aqueja. Es difícil el primer día, el segundo, el tercero… no sé en qué momento el techo se va haciendo familiar; luego uno se muda a un nuevo techo y todo vuelve a comenzar, nuevamente se siente una pequeña piedrecita que rebota en el corazón.

Sin embargo, uno en la mañana sale de casa, mira al cielo, y he ahí un techo familiar. El cielo nos recuerda que estamos en un único mundo. El todo. En el cielo hay inmensidad, y la inmensidad nos recuerda que todos hacemos parte de un todo, que todos hacemos partes de un solo acto, de un solo hecho, de un solo impulso, de un solo latido que es la creación. El cielo y el mar. Son tan grandes, son tan majestuosos. Son un todo, por eso cuando estuve en Isla Negra recordé el mar de Turbo. Un único mar. Por eso cuando me levanto en las mañanas y miro el cielo...

Las cosas no han salido como las esperaba, pero aun así no es motivo para pensar que no han salido de la mejor forma. Porque qué forma podría ser mejor. Y como me recordó J., El tiempo de Dios es perfecto
No pude iniciar mis estudios en la Universidad Nacional. Solamente pude recorrer su campus, asistir a una inducción y conocer a otro joven escritor como yo, llamado S.S; espero algún día ver un libro de él, en algún estante de una librería o una biblioteca. El inicio de las clases fue el inicio del trabajo. Las clases eran en Bogotá y yo tenía que estar en Tunja. El tiempo de Dios es perfecto.

El nuevo trabajo es pesado, mucho más que el anterior. Así que quizás no tenga más tiempo para escribir del que tenía antes. Hay una ventaja aquí y es el clima. Hay otra ventaja y es que el techo desconocido bajo el cual duermo queda a tan solo dos cuadras de la empresa. Da dificultad haber dejado Tuya y a toda su maravillosa gente, por algo que al final no se materializó. El tiempo de Dios es perfecto.

En estos días de descreimiento y soledad he evaluado mucho los diferentes personajes que me componen. El Felipo Zaná familiar, el Felipo Zaná amigo, el Felipo Zaná pareja, el Felipo Zaná escritor, el Felipo Zaná programador.

He comenzado a releer mis escritos tempranos (adjetivo que siempre me trae a la memoria a Pleyaded y a Quintero), y considero que aún estoy muy lejos de lo que quisiera llegar a escribir. Hay presente cierta artificiosidad infantil en lo que escribo. No me interesa escribir sobre la realidad. Me enamora la fantasía, la magia. Sin embargo, la fantasía debe tener sus raíces en la realidad, porque somos seres reales (o soñados, pero en ese caso el sueño sería la realidad). Mis cuentos y mi novela tienen ese vínculo, pero el problema es que yo soy el único que lo sé. Mucho de lo que sé no se ve allí, no pasó al papel sino que se quedó en mi cabeza. Y no es algo logrado como el Iceberg de Hemingway. No, se trata simplemente de escritos malos y tempranos. Pienso en Alicia en el País de las Maravillas como norte. Quizás ese sea el libro que más me pueda ayudar a salir del pantano en el que me encuentro.

He revivido una vieja pasión; juego todos los días una partida de ajedrez. Y ese mundo a blanco y negro, donde dos bandos se enfrentan a muerte, y donde las fichas muertas pueden revivir con un simple peón, me cautiva. Principalmente porque es un juego de ingenio y porque siento mucha literatura en cada una de las movidas. Pero de la literatura en el ajedrez sabe más mi amigo D.H.

Ayer sucedieron tres hechos dignos de mención. Compré el último libro de Plinio Apuleyo Mendoza. Descubrí un disco en el equipo de música, cuya primera canción es Si tú me miras de Alejandro Sanz. Pasé la tarde con una familia Boyacense, compartiendo y viendo una película.

He buscado con desesperación el libro Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke, pues siento que ahora más que nunca necesito sus consejos sobre el arte y la soledad. No lo he encontrado. Vi uno. Pero era grande, porque aparte de las cartas, traía también algunos poemas. Estoy buscando un libro pequeño. Solamente con las cartas. Para poder llevarlo conmigo en todo momento. Para que le haga compañía a los veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Con respecto al amor, también desde hace mucho no siempre las cosas son como uno espera. El tiempo de Dios es perfecto. Y debo tener en mente la máxima de Juan Gabriel, “Debo hacerlo todo con amor”. Cualquier cosa. Un saludo. Una carta de amor. Un apretón de manos. Un adiós. Un hasta pronto. Una mirada. Un programa en RPG. Un cuento. El amor no siempre es correspondido. O no siempre es correspondido de la forma en que uno quisiera. Quizás el saludo no es devuelto. Quizás solo es devuelto con un imperceptible movimiento de cejas. Quizás la carta se extravía en la maleta del cartero. Quizás nunca llega un acuse de recibo. Quizás el apretón de manos es muy fuerte y duele. Quizás Adiós, dijimos adiós. Quizás el hasta pronto, sea un hasta luego. Quizás una mirada se quede en una mirada. Quizás el programa de RPG no compile. Quizás el cuento sea malo. Pero ¡qué carajos!, todo eso importa, la vida está hecha de todo eso, y es por eso que hay que seguir haciéndolo todo con amor. Siempre.

Hay algo que quedó de la Universidad Nacional, y quizás eso sea lo único que necesitaba de esa maestría, porque el tiempo de Dios es perfecto. Quedó el impulso para leer Ulises de James Joyce. Ahí voy en sus páginas. En una bonita edición de Cátedra. 

Quisiera tener internet, para poder escribirles a los amigos que me hacen mucha falta. Si no los llamo a menudo, es porque no soy bueno con la palabra que viaja en ondas de viento.

El techo de Tunja cada vez está siendo menos desconocido, porque nos vemos todos los días muy temprano. Me ve con un libro. Y quizás ese techo también saque algún provecho de Ulises.

Felipo Zaná

Comentarios

Unknown dijo…
Amo leerte felipo Zaná. Amo esa forma de plasmar esa explosión de pensamientos y sentimientos que en mi cabeza a veces se transponen, que finalmente pierden fuerza y dejan al receptor fuera de contexto, haciendo que mis sentimientos sean incomprensibles.

En este momento de mi vida siento que he tomado muy malas desiciones, pero afortunadamente cuento con un ser maravilloso que no me ha dejado sumir en la locura, así pues, que aunque yo esté haciendo todo mal, él está ahí, recordándome que para afrontar mi "cris de cuarto de siglo", la vida me lo regaló a él. El tiempo de Dios es perfecto.
felipo zaná dijo…
La vida siempre nos sorprente con algo nuevo. Si son regalos, más maravilloso aún, y si es compañía es como la cúspide. Se camina mejor cogidos de la mano.

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