Para verte mejor
Hoy
escribo con una nueva mirada sobre las cosas y los hechos; hay una frescura en
el aire que mi mirada percibe; hay una ternura en mi ser materializada en mis ojos; y es que
tengo ojos nuevos, tengo ojos frescos. Atrás ha quedado lo rancio, las viejas
creencias, los viejos errores, los viejos temores. Ahora un hálito de limpieza
y claridad emana de las cosas presentes en el mundo. Aquella manzana que observo
no es la prohibida, es una manzana de sabiduría y conocimiento. Ahora las
letras son más hermosas que nunca, tan nítidas, tan definidas, sus curvas tan suaves
y delineadas.
Decidí
operarme los ojos con láser para acabar con la miopía que llevaba tanto tiempo
aquejándome. Salí a vacaciones del trabajo, y pedí cita para realizarme la
evaluación de la vista para averiguar si era apto para la operación. Me hice
revisar en dos partes y ambas coincidieron en que, en efecto, era apto para
realizarme la operación.
La cita de
la operación fue un miércoles y ya para el viernes tuve la operación. Quería
todo con la mayor prontitud, para, debido a las vacaciones, tener la mayor
cantidad de tiempo para recuperarme antes de comenzar de nuevo el trabajo. En
sí la operación solo da dos días de incapacidad, pero yo quería más. Amo tanto
a mis ojos, que no soportaba la idea de operarme un viernes y luego al lunes
tener que trabajar, tener que castigar a mis ojos todo el día frente a un
computador.
La
operación fue breve, alrededor de tres minutos por cada ojo. Para aquellos que
se quieran hacer una idea de cómo es la operación, les recomiendo la escena del
ojo de la película Un perro andaluz de
Luis Buñuel y Salvador Dalí. Y a esa escena maravillosa, agréguenle una luz
verde, un poco de agua y un olor a quemado.
Luego de
la operación uno queda como era todo en un principio: oscuridad. Todo acto de
nacimiento, de creación, precisa volver a la nada, volver a la oscuridad, para
que de allí surja la luz.
Luego a través
de una rejilla se comienza a vislumbrar el mundo. Ver el mundo es doloroso al
principio, conocerlo arde. Entonces lo mejor para tratar con él es mirarlo con
los ojos del alma, recordarlo cómo era antes; mientras resurgen, nuevamente,
vigorosos los ojos de cristal.
Del
hospital fui hacia mi casa. El recorrido en taxi se me hizo eterno. No veía la
hora de llegar, sentía desespero, frío, calor, ganas de rascarme los ojos,
ganas de llorar.
Ya en mi mi casa, por la rejilla de los protectores para los ojos me echaron
las gotas y el malestar menguó un poco. Al caer la noche, llegó la calma. El
sueño siempre nos libera de nuestras pequeñas miserias y dolores.
Al día
siguiente tuve cita de seguimiento con el doctor. Ya no me dolían los ojos. Las
recomendaciones eran simples; nada de practicar deportes de contacto, nada de
rascarme los ojos, usar gafas para el sol, protectores para dormir y listo.
Luego
siguieron unos días terribles, días sin lectura, días en que no podía saborear
las letras, días en que poco a poco iba llegando la luz.
En aquellos
días de oscuridad, pedí el favor a un tío de que me consiguiera unos cuantos
audiolibros en el Pasaje la Bastilla, ya que yo había buscado algunos en los
días previos a la operación pero sin ningún éxito. En todas partes donde
preguntaba, solo vendían películas y música. Yo me acercaba a ver si de pronto
por casualidad tenían audiolibros, pero nada. En una ocasión, un vendedor me
dijo: "Audiolibros… me suena, eso es comedia, ¿cierto?".
Con los
audiolibros que me trajo mi tío, intenté con el sonido, tratar de emular las
letras, aunque fue lo mismo, definitivamente soy un ser muy visual. En esa
agonía sin letras, también me acompañó mucho la emisora de la Universidad de Antioquia
101.9 FM.
Y hoy
luego de casi una semana, los ojos se abren nuevamente a las letras. A la
hermosa a, a la siguiente b, y la c, y la d, y todas las
demás letras del abecedario.
Felipo
Zaná
Comentarios