Salud, dinero y amor

Hoy estaba hojeando mis libros. Los bajé todos de la biblioteca y los tiré a la cama. Una nube de polvo se levantó y estornudé tres veces.
En el primer estornudo, Flaubert con su Primera edudación sentimental me dijo lo siguiente sobre el amor:

En el desarrollo comparado de una pasión, de un sentimiento, e incluso en la comprensión de una idea, siempre uno se adelanta al otro, y en el momento en que el segundo llega al punto culminante, el primero ya lo ha sobrepasado o ha vuelto hacia atrás. Las almas jamás avanzan como caballos de carroza, enganchados en el mismo tiro, sino más bien una detrás de otra, entrecruzándose en su camino, atropellándose, alejándose sin cesar, corriendo frenéticas como bolas de billar. Adoramos a una mujer que comienza a amarnos, que nos adorará en el momento en que ya no la amemos, y que estará hastiada para cuando deseemos volver a ella. Es extremadamente difícil establecer una armonía en la vida, y podríamos contar con los dedos de una mano el número de minutos en que dos corazones que se aman han cantado al unísono.


En el segundo estornudo, ahora fue Marguerite Yourcenar quien tomó la palabra, y me habló sobre la salud, con sus Memorias de Adriano:

Querido Marco:

He ido esta mañana a ver a mi médico Hermógenes, que acaba de regresar a la Villa después de un largo viaje por Asia. El examen debía hacerse en ayunas; habíamos convenido encontrarnos en las primeras horas del día. Me tendí sobre un lecho luego de despojarme del manto y la túnica. Te evito detalles que te resultarían tan desagradables como a mí mismo, y la descripción del cuerpo de un hombre que envejece y se prepara a morir de una hidropesía del corazón. Digamos solamente que tosí, respiré y contuve el aliento conforme a las indicaciones de Hermógenes, alarmado a pesar suyo por el rápido progreso de la enfermedad, y pronto a descargar el peso de la culpa en el joven Iollas, que me atendió durante su ausencia. Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre. El ojo de Hermógenes sólo veía en mí un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre. Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo.


En el tercer estornudo, Jozsef Robert con su Historia del dinero dijo:

Muy difícil les será comprender, que en cierto tiempo existieron los Krupps y los Morganes, que los diamantes, esmeraldas, el petróleo, etc., desataron guerras, que en la India, Africa y América latina moría la gente de hambre, que al lado de niños multimillonarios existían niños harapientos... Y que existían poetas, sí, muchos poetas, que, llevados por divina ira, no se cansaban de poner en boca del pueblo las siguientes palabras: "No hay dinero y hay que comer".


Felipo Zaná

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