¿Será que escribir es una vergüenza?
¿Será que escribir es una vergüenza? Hace poco me formulé esta pregunta al detener mis ojos sobre algunas líneas viejas. Con cada letra que transitaba por mis ojos una holeada de vergüenza me descubría. Finalmente decidí detener la lectura, cerrando los ojos. Y es que da dificultad volver a leer algo que uno escribió mucho tiempo atrás.
Desde luego todo cambia, y el lector actual no es el mismo que el escritor que escribió esas líneas. Entonces, por qué continúa la vergüenza, por qué la pena ajena. Desde luego la pena tiene muchos rostros; uno se debe sin duda al pensar en los lugares equívocos de las comas y los puntos, o los nunca aprehensibles puntos y coma y dos puntos. Pero eso es solo el principio de la pena. No es una pena que mata, no es una pena de cadena perpetua.
Parece que el grueso de la vergüenza fuera con nuestros homónimos del pasado, acaso es que censuramos su pensar o su sentir; o acaso es que su prosa llega en el tiempo a nosotros y nos descubre lo farsante que somos, y que todavía somos ellos; y nos da pena no de quienes fuimos sino de quienes somos.
Escribir tiene mucho que ver con la matemática. Uno sin duda puede pensar en formas, pongamos por ejemplo un círculo, o una forma indefinida; sin embargo, si ponemos ese círculo en un plano cartesiano, parece como si lo comprendiéramos más a profundidad, podemos descubrir más fácilmente su propiedades; o no necesariamente tiene que ser un plano cartesiano, también podría ser un plano polar, donde sencillamente su ecuación fuera totalmente sencilla.
Ahora bien, en nuestra cabeza hay ideas, hay pensamientos, pueden tener una forma determinada, como un argumento, pero pueden ser sin forma como un sueño; entonces uno los plasma en el papel, para entenderlos mejor o para huir de ellos o para que mueran o para que vivan. Para comprender sus causas, sus propiedades.
A mí por ejemplo, me gusta escribir en cuadernos cuadriculados, para que todo se asemeje a un plano cartesiano. Recuerdo que desde pequeño me enseñaron que había cuadernos cuadriculados para las matemáticas, la física y la química; uno doble línea para la caligrafía, y los rayados para español, religión, ciencias sociales y ciencias naturales. Sin embargo, en algún punto de mi vida decidí comprar todos mis cuadernos cuadriculados, y desde ese entonces jamás volví a escribir en un cuaderno rayado. Mi madre nunca pudo entender aquello. Pues bien, escribo poemas, cartas y cuentos en un cuaderno cuadriculado, para que se asemeje a un plano cartesiano.
Pero entonces por qué no siento vergüenza cuando veo una circunferencia perfecta en el plano, por qué solo produce belleza el descubrir todas las propiedades del círculo; por qué me emocioné cuando entendí lo que realmente significaba el número Pi. Y por qué siento vergüenza cuando leo mis páginas, cuando descubro de donde provienen mis ideas, cuáles son sus propiedades tanto intrínsecas como extrínsecas.
Parece que la vergüenza es natural cuando uno busca. No se necesita de un Dios para que sintamos vergüenza; no tenemos que estar desnudos para sentir vergüenza de nuestra desnudez, basta con que nos retraten en unas líneas para que los colores suban al rostro, borrando los múltiples colores de la paleta del pintor.
Es posible que escribir también sea un irrespeto como dice María Mercedes Carranza: “Un día escribiré mis memorias, ¿quién que se irrespete no lo hace?”.
Pues bueno, escribo para vergüenza de mí mismo, escribo para irrespeto de mí mismo. Quizás cuando aprendamos a tener vergüenza, será el tiempo de los tiempos.
Desde luego todo cambia, y el lector actual no es el mismo que el escritor que escribió esas líneas. Entonces, por qué continúa la vergüenza, por qué la pena ajena. Desde luego la pena tiene muchos rostros; uno se debe sin duda al pensar en los lugares equívocos de las comas y los puntos, o los nunca aprehensibles puntos y coma y dos puntos. Pero eso es solo el principio de la pena. No es una pena que mata, no es una pena de cadena perpetua.
Parece que el grueso de la vergüenza fuera con nuestros homónimos del pasado, acaso es que censuramos su pensar o su sentir; o acaso es que su prosa llega en el tiempo a nosotros y nos descubre lo farsante que somos, y que todavía somos ellos; y nos da pena no de quienes fuimos sino de quienes somos.
Escribir tiene mucho que ver con la matemática. Uno sin duda puede pensar en formas, pongamos por ejemplo un círculo, o una forma indefinida; sin embargo, si ponemos ese círculo en un plano cartesiano, parece como si lo comprendiéramos más a profundidad, podemos descubrir más fácilmente su propiedades; o no necesariamente tiene que ser un plano cartesiano, también podría ser un plano polar, donde sencillamente su ecuación fuera totalmente sencilla.
Ahora bien, en nuestra cabeza hay ideas, hay pensamientos, pueden tener una forma determinada, como un argumento, pero pueden ser sin forma como un sueño; entonces uno los plasma en el papel, para entenderlos mejor o para huir de ellos o para que mueran o para que vivan. Para comprender sus causas, sus propiedades.
A mí por ejemplo, me gusta escribir en cuadernos cuadriculados, para que todo se asemeje a un plano cartesiano. Recuerdo que desde pequeño me enseñaron que había cuadernos cuadriculados para las matemáticas, la física y la química; uno doble línea para la caligrafía, y los rayados para español, religión, ciencias sociales y ciencias naturales. Sin embargo, en algún punto de mi vida decidí comprar todos mis cuadernos cuadriculados, y desde ese entonces jamás volví a escribir en un cuaderno rayado. Mi madre nunca pudo entender aquello. Pues bien, escribo poemas, cartas y cuentos en un cuaderno cuadriculado, para que se asemeje a un plano cartesiano.
Pero entonces por qué no siento vergüenza cuando veo una circunferencia perfecta en el plano, por qué solo produce belleza el descubrir todas las propiedades del círculo; por qué me emocioné cuando entendí lo que realmente significaba el número Pi. Y por qué siento vergüenza cuando leo mis páginas, cuando descubro de donde provienen mis ideas, cuáles son sus propiedades tanto intrínsecas como extrínsecas.
Parece que la vergüenza es natural cuando uno busca. No se necesita de un Dios para que sintamos vergüenza; no tenemos que estar desnudos para sentir vergüenza de nuestra desnudez, basta con que nos retraten en unas líneas para que los colores suban al rostro, borrando los múltiples colores de la paleta del pintor.
Es posible que escribir también sea un irrespeto como dice María Mercedes Carranza: “Un día escribiré mis memorias, ¿quién que se irrespete no lo hace?”.
Pues bueno, escribo para vergüenza de mí mismo, escribo para irrespeto de mí mismo. Quizás cuando aprendamos a tener vergüenza, será el tiempo de los tiempos.
Felipo Zaná
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