Oda a mi novia mientras lee

Un día escribiré mis memorias,
¿quién que se irrespete no lo hace?
María Mercedes Carranza


Amo cuando mi novia lee recostada en el mueble. La sazón del guiso colabora para que ella se eleve en un mundo de olores y aromas. Ella lee mientras cocina y vive.

Ella se pierde en el libro y yo la encuentra tan llamativa como una llama ardiendo cubierta de chapolas silvestres. Y ardo en su llama, ardo en su belleza roja, azul colorida.

Ella lee y yo quisiera llegarle por detrás, acariciarla suavemente, darle una pequeña brisa en su oreja izquierda; pero no quisiera que ella se perdiera de una sola línea por esta chapola impaciente. Es cierto, el fuego crece luego de que una chapola se quema. ¿Sucederá lo mismo con mi novia?, ¿aumentará más su capacidad lectora si yo me arrojo en sus brazos o si me tiro patas arriba en el libro? A veces, quisiera escribir mi historia.

Cuando hay un crimen en el libro, sus ojos se humedecen como una pequeña cascadita de tamaño proporcional. Y crecen alrededor todo tipo de vegetales para la cena.

Es una excelente lectora, no pierde ni diez minutos de palabras. Mientras el agua hierve: su atmósfera. Mientras las papas se ablandan: su corazón. Mientras la carne se cocina: su fuego. Mientras los alimentos se preparan: su lectura.

De cuando en cuando, el pollo se rostiza más de lo que permitiera una tarde del sol. Pero qué podría reprocharle a mi novia, si ella es llamarada. Que podría reprocharle, si es que Guillermo se adentraba por los laberintos de la biblioteca.

Ella se viste de negro como un cisne opuesto. Y es el negro el color de la pureza, es el negro el color de la literatura; consiento, Stendhal diría que el rojo también.

Cuando le hablo a mi novia, aguarda hasta llegar a fin de párrafo; también al otro lado de la línea tienen que esperar un punto final, para que llegue el turno de su raya larga y poder expresar su diálogo.

Cuando hay seducción en el libro; un millón de chapolas se acercan a mi novia; no esperan a contemplar la belleza por un cuarto de hora o dos, sino que se precipitan precipitadamente en el precipitado fuego.

Y yo agradezco a Prometeo por el fuego; y yo agradezco a tantos escritores de antaño. Y finalmente la cena está servida. Y agarro los muslos con mis manos.

Felipo Zaná

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