La muerte se viste de blanco
A Nohelba Cano Flórez
El matrimonio y los velorios tienen algo de sustancia igual. ¡Y hasta ahora lo vengo a comprender! Cuando se asiste a un casamiento, ese bello acto donde dos seres comprometen su amor eterno, es inevitable pensar quién será el próximo o la próxima en casarse. Ahora me sucede lo mismo con los velorios, uno se pregunta quién seguirá. Mi abuelo murió y lo velamos. Luego exactamente dos meses después hay otro velorio: nuestra prima Nohelba.
Y el futuro es tan incierto que nunca acertamos en nada. En un matrimonio no se sabe quién será la siguiente, no se puede apostar por la más bonita, pues bien es sabido que la suerte de la fea la bonita la desea, tampoco se podrá decir que seguramente será la que más años lleva con el novio, pues qué tiene que ver el amor con el tiempo. Si es para toda la vida, ¿significa algo un año o dos años? Según la matemática transfinita, si al infinito se le suma cualquier cantidad finita, el resultado sigue siendo infinito: infinito más ocho es infinito.
De la misma manera, en un velorio no se puede decir quién será el siguiente, se podría apostar por el más viejo, pero se podría perder; se podría apostar por el más enfermo, pero quién sabe qué se mueve debajo de nuestra piel.
Y es la muerte una ceremonia más profunda que el matrimonio; las parejas pueden divorciarse, pueden volver a casarse, pero cómo divorciarse de la muerte: te coge, te agarra, es celosa, no te deja volver a salir, como una amante terca, hace que se pierda todo contacto con amigos y familiares para siempre. ¡No se muere dos veces, pues la primera es tan letal!
En el velorio de José Feria quién hubiera pensado que Nohelba sería la siguiente. Sin duda alguna era quien más poder vital tenía, era dueña de la alegría más arrolladora. Sin temor a equivocarme puedo decir que es la persona más alegra que he conocido, pero ahora esa alegría se ha ido.
Recuerdo cuando era niño, yo vivía con mi abuelita, como en toda casa antigua convivían tíos y tías con familias incluidas. Nohelba era muy amiga de mi tía Uva, y a mí me fascinaba cuando ella iba de visita. Siendo niño, me hipnotizaba esa alegría y esa belleza. Y yo quería ser quien recibía la visita, quería ser adulto. Es uno de los recuerdos más antiguos que guardo.
Mi abuelo murió, porque era lo único que le restaba por hacer en la vida. Supo llevar su vida desde el momento en que nació hasta el momento en que murió. Y con eso basta: es tan difícil seguir vivo y llegar a viejo. La vida es tan peligrosa que a cada momento nos acecha. Ningún segundo está a salvo.
Cuando he mirado al futuro y he tenido la percepción de tener hijos, a veces me asusto. Mirando otros hijos, otros niños, a mi misma infancia, me digo a mí mismo, ¡qué tan increíble es estar vivo! ¡Qué tan fácil hubiera sido haber muerto por esa serpiente que casi toqué cuando era niño, junto con mi hermana Lina! ¡O aquella otra mapaná que encontré cuando caminaba por plena carretera! ¡Hay tantas serpientes que encontré en mis épocas de campo, quizás es por eso que les temo tanto! ¡Qué fácil hubiera sido que una casa me cayera encima como a mi tío Walter! ¡Qué fácil hubiera sido morir atropellado como mi tío José María, en una de tantas borracheras que he tenido! ¡Qué fácil es contraer una enfermedad desconocida que te lleve a la tumba, lentamente, pero letalmente como sucedió con mi abuelita! ¡Qué fácil hubiera sido romperse la tusta al caer de un columpio! ¡Qué fácil es tirarse al metro! Y si pensamos que para que nosotros estemos vivos, dos padres tuvieron que haber sobrevivido a tanto peligro, y que cuatro abuelos tuvieron que sobrevivir por todo aquello para dar vida a nuestros padres, y que ocho bisabuelos tuvieron que salir ilesos a tanta piedra que había en el camino, a tantos columpios y a tantos mataculines y a tantas serpientes y a tantos caballos, y así sucesivamente en potencias de dos, hasta un número muy grande, hasta el Edén. Entonces, ¡qué milagro es vivir! ¡Qué afortunados somos de estar vivos, sobre todo en un país tan violento como en el que vivimos!
Sin embargo, esa es la vida, es peligrosa, y así la tomamos. Y hay que ser alegres y aprender a vivir con el peligro, hay que vivir, olvidar que la muerte nos respira a cada segundo en la oreja. Nohelba supo hacer aquello, pues contagiaba a todos con sus bromas y sus sonrisas. La última sonrisa que me regaló a mí fue en las novenas de mi abuelo.
¡Que descanse en paz!
Andrés Felipe Lopera Feria
Y el futuro es tan incierto que nunca acertamos en nada. En un matrimonio no se sabe quién será la siguiente, no se puede apostar por la más bonita, pues bien es sabido que la suerte de la fea la bonita la desea, tampoco se podrá decir que seguramente será la que más años lleva con el novio, pues qué tiene que ver el amor con el tiempo. Si es para toda la vida, ¿significa algo un año o dos años? Según la matemática transfinita, si al infinito se le suma cualquier cantidad finita, el resultado sigue siendo infinito: infinito más ocho es infinito.
De la misma manera, en un velorio no se puede decir quién será el siguiente, se podría apostar por el más viejo, pero se podría perder; se podría apostar por el más enfermo, pero quién sabe qué se mueve debajo de nuestra piel.
Y es la muerte una ceremonia más profunda que el matrimonio; las parejas pueden divorciarse, pueden volver a casarse, pero cómo divorciarse de la muerte: te coge, te agarra, es celosa, no te deja volver a salir, como una amante terca, hace que se pierda todo contacto con amigos y familiares para siempre. ¡No se muere dos veces, pues la primera es tan letal!
En el velorio de José Feria quién hubiera pensado que Nohelba sería la siguiente. Sin duda alguna era quien más poder vital tenía, era dueña de la alegría más arrolladora. Sin temor a equivocarme puedo decir que es la persona más alegra que he conocido, pero ahora esa alegría se ha ido.
Recuerdo cuando era niño, yo vivía con mi abuelita, como en toda casa antigua convivían tíos y tías con familias incluidas. Nohelba era muy amiga de mi tía Uva, y a mí me fascinaba cuando ella iba de visita. Siendo niño, me hipnotizaba esa alegría y esa belleza. Y yo quería ser quien recibía la visita, quería ser adulto. Es uno de los recuerdos más antiguos que guardo.
Mi abuelo murió, porque era lo único que le restaba por hacer en la vida. Supo llevar su vida desde el momento en que nació hasta el momento en que murió. Y con eso basta: es tan difícil seguir vivo y llegar a viejo. La vida es tan peligrosa que a cada momento nos acecha. Ningún segundo está a salvo.
Cuando he mirado al futuro y he tenido la percepción de tener hijos, a veces me asusto. Mirando otros hijos, otros niños, a mi misma infancia, me digo a mí mismo, ¡qué tan increíble es estar vivo! ¡Qué tan fácil hubiera sido haber muerto por esa serpiente que casi toqué cuando era niño, junto con mi hermana Lina! ¡O aquella otra mapaná que encontré cuando caminaba por plena carretera! ¡Hay tantas serpientes que encontré en mis épocas de campo, quizás es por eso que les temo tanto! ¡Qué fácil hubiera sido que una casa me cayera encima como a mi tío Walter! ¡Qué fácil hubiera sido morir atropellado como mi tío José María, en una de tantas borracheras que he tenido! ¡Qué fácil es contraer una enfermedad desconocida que te lleve a la tumba, lentamente, pero letalmente como sucedió con mi abuelita! ¡Qué fácil hubiera sido romperse la tusta al caer de un columpio! ¡Qué fácil es tirarse al metro! Y si pensamos que para que nosotros estemos vivos, dos padres tuvieron que haber sobrevivido a tanto peligro, y que cuatro abuelos tuvieron que sobrevivir por todo aquello para dar vida a nuestros padres, y que ocho bisabuelos tuvieron que salir ilesos a tanta piedra que había en el camino, a tantos columpios y a tantos mataculines y a tantas serpientes y a tantos caballos, y así sucesivamente en potencias de dos, hasta un número muy grande, hasta el Edén. Entonces, ¡qué milagro es vivir! ¡Qué afortunados somos de estar vivos, sobre todo en un país tan violento como en el que vivimos!
Sin embargo, esa es la vida, es peligrosa, y así la tomamos. Y hay que ser alegres y aprender a vivir con el peligro, hay que vivir, olvidar que la muerte nos respira a cada segundo en la oreja. Nohelba supo hacer aquello, pues contagiaba a todos con sus bromas y sus sonrisas. La última sonrisa que me regaló a mí fue en las novenas de mi abuelo.
¡Que descanse en paz!
Andrés Felipe Lopera Feria
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