De los viajes y la casa


El que tenga una canción tendrá tormenta
El que tenga compañía, soledad.
El que siga un buen camino tendrá sillas
Peligrosas que lo inviten a parar.
Silvio Rodríguez

Siempre, siempre tantos sentimientos opuestos en lo profundo; tanta ambivalencia respirando en la superficie. Un ser diurno que duerme con uno nocturno. En términos generales el dilema es único, ser o no ser; especificando, el dilema es múltiple (Michel Tournier selecciona 100, solo por redondear): ser noche o día, ser odio o amor, ser gato o perro, ser agua o vino. ¿Ser casa o equipaje?

Desde hace no poco tiempo tengo ese dilema, viajar o no viajar. Quizás en el fondo no hay dilema, uno es de un tipo, pero se enamora del tipo opuesto. Así por ejemplo, considero que soy del tipo de estar en casa, sin embargo, me enamoran los viajes. Uno es algo y se enamora de otra cosa, como anhelando esa mitad perdida que lo haga uno con el universo.

Me recuerdo de niño, en la finca de Los Cedros, viviendo con mis papás, corriendo por los pastizales. Esa era mi casa, sin embargo, me encantaba viajar a Medellín, a la ciudad (no sé si soy de ciudad o de campo, a veces las circunstancias van escogiendo por uno; en ciertas ocasiones uno no sabe afirmar qué es y de qué está enamorado) a visitar el resto de la familia, a ver tantas cosas diferentes.

Yo no nací en Medellín. Entonces podría pensar que mi estancia aquí ha sido un largo viaje deseado desde niño que se ha prolongado por mucho tiempo ya. Sin embargo, todo viaje, si se extiende por años, corre el riesgo de dejar de ser equipaje y convertirse en casa. Por eso, el auténtico viajero debe estar atento, para saber cuánto tiempo es prudente, cuándo debe partir (En cada puerto una mujer espera, los marineros besan y se van. Neruda). Se corre el riesgo de sentarse en un cómodo sillón o hallar una buena casa.

He tenido viajes importantes, con los cuales he terminado con las manos llenas de oro. Viajes como Cali (CLEI), San José del Guaviare, viaje de regreso a la infancia a Bajirá, viaje a Cristianía, viaje a conocer el mar, Bogotá. Quizás en un futuro haga una entrada aparte de cada uno de estos viajes.

En los últimos días ha habido dos viajes en particular, uno a Chile y otro a Tunja. De Chile he escrito algunas páginas; de lo que significó recorrer Santiago en bicicleta, de bañarme en un mar helado, de contemplar barcos anclados en el puerto de Valparaíso, del mar y la casa de Isla Negra, de los lagos de Valdivia y Puerto Varas.

A Tunja llegué para quedarme quince días, que terminaron extendiéndose por tres meses. Una estancia que llegó a su fin no por gusto propio, sino por desalojo, pues me quería quedar un poco más de tiempo, pues ya había hecho amigos allí, y me encanta el clima frío. Quizás una buena definición de la palabra amigo es aquel ser que si del cual uno es separado, se extraña. Cada vez que uno comienza a extrañar a alguien nuevo, se trata de un nuevo amigo.

Como soy más del tipo de casa, quiero hacer de todo lugar mi hogar, en cada mesa de noche poner mi libro de cabecera, encontrar un bar que sea como Mandala donde pueda irme a tomar unas cervezas, en soledad o compañía (En Tunja se llamó Nicanor), encontrar una librería que se parezca a Palinuro, encontrar amigos como los que hice en Mandala, encontrar una biblioteca que sea como la José María Vélaz o como la Piloto, que sea dirigida por alguien como N., que a cada empresa que llegue sea como Tuya: que se sienten a mi lado una B., una M., una B.. Porque uno va haciendo prototipos a medida que va viviendo, y esos prototipos uno los va guardando en casa. Y todos esos prototipos juntos son los que conforman la palabra casa, así estén dispersos.

Cuando llegué a Santiago quería quedarme a vivir allí para siempre, En Valparaíso igual, Valdivia, Puerto Varas, Bogotá, Tunja lo mismo, pero también quiero mi casa, quiero Bello, quiero Los Cedros, quiero Los Indios.

Ahora quiero viajar. Planeo vivir un tiempo en Bogotá. Quisiera volver a Chile, quizás J. me acompañe, quizás viajar al exterior, quizás a Italia, donde M. quiere viajar, o como J. a cualquier lugar para aprender un idioma, quizás a Argentina a visitar a D., o Turquía a visitar a D., o México para visitar a J.D. 

Quiero ponerle ladrillos a mi casa, irla ampliando, mientras se tengas fuerzas y ganas, porque llegará el día en que uno simplemente quiera sentarse en una mecedora a contemplar caer la tarde, a ver llover, a llenarse de tristezas al pensar en aquellas cosas que pudieron haber sido pero no fueron, y entonces nuevamente llueve.


Felipo Zaná

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