Diario de viaje – Día 7 – Un sueño chileno


Nos despertamos tarde. Un poco cansados. Sin ganas de hacer muchas cosas. Hacer pereza como cualquier chileno un día normal. Y es que cuando se viaja, siempre se tienen en mente lugares nuevos por conocer. Es usual llevar una libreta con una lista de sitios, que se van chuleando mientras el viaje va llegando a su fin. Pero también hace falta la tranquilidad en el viaje, no tener preocupaciones; pues el prurito de conocer se puede transformar en una preocupación, si el cuerpo pide descanso. Preocupándose por lo que sucede en la vigilia, uno a veces se olvida del mágico mundo de los sueños. Quizás los sueños chilenos traigan algo nuevo y diferente que los sueños colombianos; ya sea en su forma, aspecto, narrativa, locura. Ese día, sin embargo, no soñé.

Apenas desperté le eché una ojeada a la biblioteca de Delia, me puse a leer algunas páginas de Kafka. Seguramente nunca conoceré el lugar de nacimiento de ese escritor, pero bien podía probar a qué sabía su lectura en la tierra de Neruda.

Mientras desayunábamos, decidimos que iríamos a conocer la casa de Neruda, pues no sabíamos si al regreso tendríamos la oportunidad. Esa noche partiríamos a Valdivia. Inicialmente íbamos a ir directamente a Puerto Varas, sin embargo, como esa semana eran las fiestas nacionales, los tiquetes eran difíciles de conseguir, así que tendríamos que hacer esa escala. Aunque nos decían será una escala fantástica, porque Valdivia es hermosa.

Delia tenía un hermano en Puerto Varas, así que ella y JuanJo viajarían el día siguiente y nos juntaríamos nuevamente en esa ciudad.

Desayunamos leche, cereal, pan y palta. La palta es lo que nosotros en Colombia llamamos aguacate (aunque un poco más pequeño), pero mientras en Colombia se come generalmente en el almuerzo o la comida, en Chile lo comen bastante al desayuno, lo usan para el pan como si fuese mantequilla. Sin embargo, mientras desayunábamos no podía quitarle la vista a algo que había en el fogón. Era el almuerzo, que el papá de Delia estaba preparando: sopa de ave. Podía vislumbrar que estaba deliciosa, toda vez que el papá de Delia destapaba la olla para darle vuelta. Quería comer de esa sopa a toda costa, pero como estábamos desayunando tan tarde, lo más probable es que almorzáramos por fuera. Puse en una balanza la sopa de ave y Neruda, la balanza se inclinó primero a un lado, luego el otro, hasta que finalmente salió victorioso el vate.

La casa de Neruda en Santiago se llama La Chascona. No tiene el esplendor de Isla Negra, no tiene la vista de La Sebastiana, pero igualmente se siente la magia de la poesía del vate. Chascona es una palabra chilena que significa despeinado, así le decía Neruda a Matilde y bautizó la casa en su honor. Matilde Urrutia era la despeinada. Lo sé, yo también soy un chascón. Pero lo más sorprendente de La Chascona no fueron las colecciones de objetos que adornan todas las casas de Neruda, ni el cuadro de la chascona pintado por Diego Rivera, ni la biblioteca con muchas primeras ediciones de la obra de Neruda. No. Lo que me cautivó de la Chascona es que fue justo allí donde vi a la chilena más hermosa de todo el viaje. Trabajaba en la cafetería de la casa museo. Tenía el pelo corto, una voz angelical y toda la belleza de Chile se concentraba en ella. No me extraña el caudal de poemas de amor que puede nacer en ese país, teniendo presente en sus filas a una mujer como ella. Si Pleyaded hubiese estado conmigo seguramente ella se habría convertido en una de sus ellas, quizás la ella número 100, para cerrar el ciclo; porque qué ella después de ella.

De la casa de Neruda, fuimos a una pizzería. Las pizzas eran mejores que cualquier pizza colombiana que me hubiera comido hasta el momento (luego descubriría que las chilenas no eran nada comparadas a las que iba a probar en argentina). Quedé con hambre, así que también me compré un completo (perro caliente). Estaba delicioso, especialmente por un ingrediente artesanal: la mayonesa. Ah, nada como la mayonesa chilena. Si van a Chile, no olviden comer mucha mayonesa. En el lugar hubo un pequeño incidente entre una barra del Colo Colo y un hincha de la U de Chile. Afortunadamente no pasó a mayores. Maya nos compartió su experiencia de cuando era barrista con el Atlético Nacional.

Caminamos hacia un parque. Recorrimos las artesanías que estaban vendiendo. Compramos unas cervezas y nos subimos a un árbol a tomarlas. El árbol estaba en la mitad del parque y tenía unas verrugas que servían de escalones. Supe que si yo viviera en Santiago, probablemente me subiría cientos de veces a ese árbol a tomar cerveza o vino o leer poemas.

Del parque fuimos a la terminal. Nos despedimos de los chilenos, quedando en encontramos dentro de poco en Puerto Varas. Partimos hacia Valdivia.


16 de septiembre de 2012
 
Felipo Zaná

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