El buen partir, el buen morir
De cuando en cuando
y a lo lejos
hay que darse un
baño de tumba
Pablo Neruda
Amigo mío, los días antes de partir traen
los mejores vientos alisios. Ya sea en la vida, ya sea en la empresa. Se
trabaja de una manera ligera, alejado del estrés, y disfrutando en cuerpo y
alma la labor realizada. Ya no se preocupa uno por las posibles caídas de los días
venideros, sino que se vive el presente.
Quizás algo similar ocurra con las
personas que saben sus días están contados y que la muerte les acecha. Luego
del terror inicial, una tranquilidad insospechada los descubre. Se aprende que las
preocupaciones y los afanes bien poco valían, y que la única preocupación digna
de tener en cuenta era la del vivir, y que eso es lo único que resta por hacer:
vivir. Y sabiendo que solo resta vivir, se vive mejor.
Quizás esa levedad en el vivir
fue la misma que experimentara Kawabata segundos antes del Harakiri; Sócrates, al
apurar la cicuta; Alfonsina mientras caminaba hacia su mar; Virginia Woolf cuando
se llenaba su abrigo de piedras, para morir en el río. Desde luego, hubo
tragedia en esas muertes, pero ésta fue anterior a esos momentos. En el caso de
Virginia Woolf, la tragedia ocurrió mientras escribía a su esposo una de las
cartas más hermosas de toda la historia. La tragedia, en el trabajo, ocurre
mientras se escribe la carta de renuncia: es el momento en el que acechan las
dudas, los miedos, las inseguridades. Porque se mira al futuro y se ve
incierto, se mira al futuro y entristece no estar cerca de las personas que se
quieren y con las que se compartían día a día. Sin embargo, una vez escrita la
carta y entregada a su destinatario, ya solo queda la levedad y el presente. En
eso momento, uno ya murió para el futuro, pero vive para el presente. En esos
momentos uno da lo mejor de sí, quizás no como profesional, pero sí como
persona.
Quizás a esto se refería Julio Flores
cuando cantaba, “Algo se muere en mí todos los días”. Afortunados nosotros,
algo se nos muere todos los días; algo dentro de nosotros, vive al máximo cada
día. Lo triste es que a veces no sabemos qué fue. Dejamos pasar una muerte en
vano. Por eso cada día debe ser un carnaval, para celebrar aquella parte de
nosotros que vivió, que ardió, y nos dio su máximo en ese día.
Pero no os preocupéis, después de
cada muerte, el fénix renace de las cenizas, después de cada muerte llega un
tercer día.
Yo ya me morí. Soy un fantasma. Y
me despido citando a Neruda. “Así es la vida,” Manuel, “aquí tienes las cosas
que te puede ofrecer mi amistad de melancólico varón varonil. Ya sabes por ti
mismo muchas cosas. Y otras irás sabiendo lentamente”.
Felipo Zaná
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