De la adolescencia y el deseo

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
Rubén Darío


Y volvió la eterna adolescencia, que nunca se había ido. Espíritu fresco y sublime del alma, en las siete de la mañana. Esencia de flores que nunca se marchitan. Flor azul de Novalis: símbolo de la eterna poesía. Niñez estancada al frente de mi casa. Época de la revolución. León que ruge, desde la cueva de la intuición. Deseo de una y mil cosas.

Pero qué sentido tiene desear? Qué le espera al revolucionario que vence? Una revolución más, la contrarrevolución, el orden, el caos?

Vivo en Bello, allí me emborracho cada día. Brindo por Marco Fidel Suarez, tomando las clases desde la ventana. Bebo para creerme grande, porque sé que nunca llegaré allí. Me emborracho por convicción. No fumo, porque creo que es para ancianos, que tosen toda la noche, y acrecientan lo negro que llevan dentro; asesinos del prójimo y la niñez.

Por qué la adolescencia es época de deseos? Hay algo más triste que la realización de uno de ellos? Qué sigue después? Otro deseo? Unas ganas inmensas de pegarse un tiro?

A la recta real se le pegaron en sus extremos dos simbolitos +∞ y -∞ muy boniticos. Sin embargo, son solo artificios; en realidad no son números, no podremos llegar a ellos, ni contando de uno en uno, ni de diez en diez, ni de un millón en un millón. Pero a su manera nos marcan el camino de la manera correcta de desear, si es que se debe desear. Quizá un verdadero deseo sea como uno de esos infinitos, con su versión negativa y positiva y jamás alcanzable.

Hay que vaciarse de tanto deseo inútil. Darle la espalda a Occidente. Desear: qué sentido tienen? Vale la vida tan poco que son necesarios para seguir con vida? Si tan solo la muerte.

Hay poetas que preguntan cómo así que una muerte en vida, cómo así que un azul ruidoso, como así que un silencio azul, un olor amarillo, una tristeza azul. Y sin embargo, para qué desean ser poetas.

Si no fuera por necesidad mi casa se derrumbaría. Por el deseo, seguramente se convertiría en algo inútil, y especialmente hipócrita. Un mueble de más, un florero con una naturaleza muerta, una réplica de un cuadro de Van Gogh —pero cómo el buen Vincent se mató, qué acaso no sabía lo que le esperaba a los suicidas, qué acaso no sabía que no podría disfrutar de tierra santa, pero qué bello cuadro, podría mirarlo todo el día; bueno, no todos, aquellos en que el trabajo me lo permite: los domingos por la tarde, antes de ir a misa; qué sentimiento tan bello el que expresa este cuadro, pero por qué se mató si sabía pintar tan bien, y es qué acaso no sabía lo malo que es el suicidio—; y por qué Virginia Woolf se estaba volviendo loca, si podía escribir tan bien esos libros, si hubiese sido mi amiga le habría ayudado tanto! Se oye una estruendosa carcajada desde lo más profundo de los infiernos.

El hijo desobediente ya lo cantó: “Lo que le encargo a mi padre / que no me entierre en sagrado / que me entierre en tierra bruta / en donde me trille el ganado”. Ay, Antonio, qué versos.

El adolescente vive entre tanta mezquindad a la hora de la tarde, tanta hipocresía a la hora de la mañana, tanto arribismo, tanta brutalidad, tantas alas rotas escondidas bajo la alfombra de la sala, al frente del televisor nuevo, tanta mentira, tanta desidia en este mundo. ¿Qué este mundo? Bueno, soy optimista y creo que es el mejor de los mundos posibles. Sin embargo como el Martín de Sobre héroes y tumbas, cuando habla con Molinari, dan ganas de vomitar.

Eliminar el deseo, eliminar la grandeza, ser mejores adolescentes.

Felipo Zaná

Comentarios

Nartyjulieth dijo…
Entre edades y aprehendizajes, algunos estamos en menos de medio.

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