La tuerca número quince de la máquina número catorce

Imaginemos un bibliotecario que solo sepa catalogar un libro; un amante que solo ame en misión; un idioma de una sola palabra. El bibliotecario tendría entre sus manos La montaña mágica y sabría ubicarla en los estantes; pero si por casualidad llegara a él La muerte en Venecia no sabría qué hacer con ese libro, ni siquiera leerlo. Algo similar he visto en mi vida: la división social del trabajo me zambulle cada vez más en las profundidades.

A veces me siento como aquel mecánico que solo sabe reparar la tuerca número quince de la máquina número catorce. Seguro, la destreza alcanzada en esa tuerca es superior a cualquier otra persona, luego de hacer lo mismo día tras día; pero qué pasaría si ese trabajo se acabara; a dónde más encontraría otra tuerca como esa. Qué pasa si esa máquina la descontinúan: estaría como al principio, sin saber un oficio.

Yo apenas trabajo en uno de los lenguajes de la programación; y desconozco muchos de los demás oficios, sin hablar de las artes. Hace poco hablé con un taxista, prolijo en oficios; si por casualidad él perdiera su taxi, tendría muchas otras cosas a las que se podría dedicar. La división social del trabajo no lo ha ahogado. Yo por mi parte, recordé esa historia Empuje la vaquita y me sentí triste.

No he aprendido las artes del fuego, tampoco he explorado las profundidades del océano, las estrellas no me dicen mucho, desconozco los ruidos de la selva. He tratado de hallar hilos que comuniquen varias artes de la ciencia, sin resultado alguno.

Hay que tener un poco de los antiguos eruditos, en caso contrario es posible que en pocos años se erija aquel odontólogo que solo sepa tratar el incisivo derecho. Dirá presente el médico que solo pueda curar el brazo derecho, pero que desconozca los trucos del izquierdo.

Felipo Zaná

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