Desequilibrio emocional
De repente pienso en todos los libros que he leído: Guerra y paz, Lo bello y lo triste, El castillo, Crimen y castigo, Cien años de soledad, El hostigante verano de los dioses, La casa de las dos palmas… De repente pienso en todos los libros que he leído y en los pocos árboles que he sembrado. Y es así que me invade un desequilibrio emocional.
Cuando era niño el número de árboles que sembraba era mayor al número de libros que leía. Vivía en las llanuras del Urabá antioqueño. En el alambrado que encerraba la casa, sembraba con mi mamá un árbol en cada uno de los postes. Recuerdo mis descubrimientos iniciales sobre la vida vegetal. A partir de un pequeño brazo de una mata, nacía otra mata hija.
En esos días apenas recuerdo un ejemplar de El Moro en la casa, que comencé a leer porque en la portada había dibujado un caballo. Fue mi primer libro. Todo estaba bien, leer y sembrar. Pero fui creciendo y un desequilibrio emocional se fue afianzando en mí.
La vida es así, uno va creciendo y va enloqueciendo; se va tirando hacia extremos inaguantables, olvidando el efímero equilibrio. He visto a aquellos que se han anclado en el extremo del tabaco, y un aliento de aire puro les resulta molesto; también aquellos que se han aficionado tanto al vino, que un vaso de agua les parece sin sabor, olor ni color.
Mis lecturas me dan un desequilibrio emocional que a veces es difícil de sortear. Debo curar, y curándome a mí mismo, este planeta será un lugar más saludable.
Felipo Zaná
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