Gabo entre amigos

Muere García Márquez y con él muere toda una tradición de parrandas y literatura, de cigarros, tabacos, ron, lecturas y locuras. Ya se habían ido Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Álvaro Cepeda Samudio; y los dos infaltables maestros Ramón Vinyes (El Sabio Catalán) y José Félix Fuenmayor. Todos ellos encarnaron el grupo de Barranquilla; literatos y borrachos, visitantes asiduos de libros y bares. Ahora en algún lugar estarán reunidos nuevamente, planeando nuevos proyectos descabellados como revistas, películas y cuentos inverosímiles. Pero donde quiera que estén reunidos en una Cueva celestial, la parranda será mucho mejor y más escandalosa, porque ya también podrán contar con otros amigos queridos que habían partido con anterioridad: William Faulkner, Ernest Hemingway, Virginia Woolf, entre otros. Como en una ocasión le dijera El Sabio Catalán a García Márquez, “no se preocupe, Gabito. Si Faulkner estuviera en Barranquilla estaría en esta mesa”.

De la muerte de mi amigo García Márquez me enteré ayer, apenas una hora después del suceso. Me encontraba escuchando Pedro Guerra, y haciendo limpieza a la casa, cuando me llamó mi mamá. “Se murió García Márquez. Ponga RCN. Lo están dando” fue lo que me dijo. La noticia aunque me llenó de tristeza no me sorprendió. Ya durante toda esta semana los medios habían estado diciendo que la salud del nobel estaba muy deteriorada; sin contar con los 87 años que tenía y con lo diezmado que se veía toda vez que alguna cámara lograba filmarlo por unos breves segundos. Prendí el televisor enseguida y, en efecto, estaban dando la noticia. Inmediatamente fui a la nevera y destapé cerveza, porque es que hay de noticias a noticias, y las hay aquellas que son imposibles de recibir a palo seco, porque a palo seco los golpes siempre son más duros, y la entereza nunca da abasto.

Luego comencé a recibir mensajes y llamadas de amigos cercanos que me daban las condolencias por la muerte de Gabo, como si él fuese familiar mío. Y en algún sentido lo era. En algún sentido todos los que amamos la literatura pertenecemos a una gran familia y tenemos un mismo camino. Un camino que conduce a las puertas del cielo. Allí en el cielo, García Márquez estará estrechando la mano de Marcel Proust, y felicitándolo por su pródigo talento, y se tomarán una foto, entre nubes, dos escritores tan talentosos y dispares; ya que Proust era capaz de narrar en cien páginas algo que era para cinco, y García Márquez era capaz de narrar en cinco algo que era para cien páginas. Allí también en el cielo se encontrará también con todos los contadores de cuentos desde Homero hasta los anónimos de Las mil y una noches, estará el argentino que se hizo querer por todos.

En la familia de la literatura como en toda familia hay de todo. Están las peleas, como el puñetazo que le propinó Vargas Llosa a García Márquez; pero también están los hermanos mayores y buenos, como Germán Vargas. Recuerdo la siguiente anécdota que narró García Márquez en sus memorias Vivir para contarla.

La lección menos olvidable la aprendí para siempre en el bar Los Almendros, una noche de recién llegado en que Álvaro y yo nos enmarañamos en una discusión sobre Faulkner. Los únicos testigos en la mesa eran Germán y Alfonso, y se mantuvieron al margen en un silencio de mármol que llegó a extremos insoportables. No recuerdo en qué momento, pasado de rabia y aguardiente bruto, desafié a Álvaro a que resolviéramos la discusión a trompadas. Ambos iniciamos el impulso para levantarnos de la mesa y echarnos al medio de la calle, cuando la voz impasible de Germán Vargas nos frenó en seco con una lección para siempre:
­­­–El que se levante primero ya perdió.

De los amigos de La Cueva, siempre me he sentido más cercano a Álvaro, no sé por qué. Así como en algún momento Aureliano Babilonia se sintió más cercano a Gabriel que a los otros tres amigos de Macondo Barranquilla. Pero en la literatura a pesar de los estilos y las diferencias terminamos todos siendo amigos. Yo, por ejemplo, me he emparrandado con los locos de la Cueva; también he tenido mis deslices amorosos con María Luisa Bombal, Virginia Woolf y Alejandra Pizarnik; he contemplado catedrales al lado de Marcel Proust; he paseado por los campos en compañía de la agradable charla de Rousseau. Y por supuesto, tengo una gran correspondencia con uno de mis mejores amigos: Franz Kafka. Tomé ron por todas las calles de Medellín con Manuel Mejía Vallejo.

Ahora recuerdo una anécdota sobre Gabo en Medellín. Llegué al bar La Boa con una amiga, Narty, que poco gusta de García Márquez, y me presentó a otro amigo suyo, Daniel, igualmente detractor del nobel colombiano. Ella me presentó no solo por mi nombre, sino con nombre y apellido, mi apellido era “su escritor favorito es García Márquez”, con la intención de ver qué decía Daniel. Inmediatamente él me preguntó, “¿entonces tú eres de los de la opinión de que García Márquez es el mejor escritor de Colombia?”. Respondí inmediatamente, “De Colombia no, del mundo”. Y fue una respuesta llena de tanta seguridad y candidez que a Daniel no le quedaron ganas de discutir sobre García Márquez, ya que no supo qué decir y quedó desarmado.

Desde que comencé a escribir he sentido muy fuerte en mí la influencia de García Márquez. Recuerdo que cuando terminé de escribir mi novela corta “Yo estoy en este cuadro”, quedé feliz porque no veía a García Márquez por ningún lado, sentía mucho más a Neruda, el poeta chileno. Pero para mi tristeza Daniel y Quintero no opinaban lo mismo y mataron mi ilusión afirmando que Gabo estaba presente por todo lado. Aún no lo veo, pero supongo que tienen razón, porque cuando se respira tanto una obra, el acto de respirar se convierte en algo involuntario.

Para aquellos que no han leído la obra de García Márquez, aquí va una clasificación muy personal de sus novelas:

  • Exageradamente buenas: Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera, El otoño del patriarca.
  • Buenas: Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, El general en su laberinto, Del amor y otros demonios, La hojarasca.
  • Obras menores: Memorias de mis putas tristes, la mala hora.

De los cuentos destaco: Ojos de perro azul, Alguien desordena estas rosas, Rosas artificiales, El rastro de tu sangre en la nieve, Solo vine a hablar por teléfono, El ahogado más hermoso del mundo; Blacamán el bueno, vendedor de milagros.

Esta Semana Santa tendrá para mí ese tinte de la muerte de García Márquez. Y solo queda hacerle un homenaje como se lo merece, leyendo sus obras. Así que ya estoy bien provisionado, para reflexionar en sus adjetivos tan bien puesto, en su puntuación de quebrada que fluye, en su velocidad de avestruz en carrera, y sobre todo en sus personajes tan vivos y tan óseos. Adiós García Márquez. Desde esta parte de la vigilia, te decimos adiós los que te quisimos por medio de tu escritura. Te dicen adiós tus personajes que por ser de papel, sustancia más eterna que la carne, vivirán aún mucho tiempo. Adiós te dice el Coronel Aureliano Buendía. Adiós te dice Úrsula Iguarán. Adiós te dice Florentino Ariza. Adiós te dice Nena Daconte. Adiós te dice Pilar Ternera. Adiós te dice José Arcadio Buendía.

Felipo Zaná



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