El artista en el trabajo
Hoy terminé de leer Jonás o el artista en el trabajo de
Albert Camus. Un buen cuento. Un retrato sobre la vida de un pintor, desde el
inicio de su prometedora carrera hasta su solitario ocaso, su lienzo en blanco.
Algunos pasajes fueron de alguna manera como una cachetada en la mejilla,
porque en algunos aspectos me contemplé a mí mismo, o contemplé a alguno de los
que he sido y he llegado a conocer tan bien.
La visión que tengo del artista ha
cambiado mucho a través de los días. Por mucho tiempo fue Van Gogh mi artista
favorito. Por muchas cosas. Por su dedicación al arte, por sus fantasmas, por
su manera de vestir, por su talento: tanto para dibujar, como para pintar, como
para escribir; por su sensibilidad, por su pobreza, por su locura, por su oreja.
También podría hablar de un Beethoven. O de un Rilke. Las cartas a un joven
poeta también fueron una revelación en su momento, y en muchos aspectos incluso
hoy lo siguen siendo. Sin embargo, ahora no tengo una imagen muy clara del
artista. Antiguos patrones se me han derrumbado, y todavía no los he reemplazado
por otros. Lo que sea que fuere el artista, no quisiera que se pareciera al
Jonás del cuento de Camus.
En mi caso particular, también he
pasado por varios periodos en relación a la escritura. Desde el tiempo en el
que escribía casi a diario frenéticamente, hasta el tiempo en que por otras
distracciones me aparté de escribir. Desde luego, he tenido épocas en que ese
alejamiento ha pesado como una oscura carga que algún súper yo pusiera sobre
mis hombros, como épocas en que acepto el hecho simplemente como es, un hecho
más. Y entonces uno comienza a ver los matices que hay entre escribir y el
deseo de escribir. Cuando no se escribe, se levanta el deseo de escribir como
una especie de protección o palmadita en la espalda. Pero qué necesidad hay de
esa palmadita y quién la da. Pienso que un deseo no se debe avivar. Un deseo
está presente o no está. Así como se escribe o no se escribe. Más triste que no
escribir, es tener el deseo de escribir y no hacerlo. Porque siempre que hay un
deseo viene acompañado de impedimentos virtuales. Pequeñas semillas de frutos
que nunca madurarán. Y finalmente no hay tales impedimentos. Uno va
construyendo su vida. Uno la va formando. Muchos de los impedimentos externos
son aparentes, y provienen de profundis.
Hoy escribo estas líneas y punto.
Felipo Zaná
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