El bibliotecólogo, el más loco del paseo
La biblioteca se defiende sola, insondable como la verdad que en ella habita, engañosa como la mentira que custodia.
«El nombre de la rosa»
Umberto Eco
Felipo Zaná
«El nombre de la rosa»
Umberto Eco
La biblioteca es la casa de la locura. Allí están encerrados locos geniales y locos agresivos, locos de atar y locos moderados. El bibliotecólogo es el encargado de velar por ese manicomio. Cada loco tiene su celda; es tarea entonces del él revisar que todos estén en sus lugares respectivos. Esto lo hace en el día, porque por la noche deja el manicomio, le echa llave, y sale a un lugar más amplio, no tan loco, pero sí más hostil.
Los locos del manicomio conocen tan bien el lugar y las celdas, que por la noche salen y hacen fiesta. A veces, en la mañana, antes de que el bibliotecólogo llegue, regresan a las celdas; otras veces, son sorprendidos en una orgía perpetua. El bibliotecólogo se pone furioso, pero son locos al fin y al cabo, qué le va a hacer.
El bibliotecólogo cree que él está cuerdo, pero en realidad es el más loco del paseo. Veremos algunos detalles que lo demostrarán: son sutiles, pero espero que tú, lector, seas un buen observador.
No todos los locos son amigos, es por eso que el bibliotecólogo diseñó una inteligente numeración para tener separados a los peleadores. El sistema de numeración tiene que ver con letras y números. Un poco el sueño de todo erudito, combinar las letras con los números.
Hay, por ejemplo, una pelea entre dos locos que lleva más de 20 años casada. Se trata de García Márquez y Vargas Llosa. Pues bien, el bibliotecólogo está al tanto de los sucesos, así que a García Márquez le corresponde la hilera “C” y a Vargas Llosa la hilera “Pe”. Pero nada es perfecto, hay un problema con “García Márquez: historia de un deicidio”, es de Vargas Llosa, y sin embargo, está en la “C”.
Hay a quienes les gusta ver peleas, entonces, en un descuido del bibliotecólogo, ponen al peruano junto al colombiano. Pues bien, una vez apareció García Márquez con un ojo picho, y el muy descarado de Vargas Llosa no negó nada.
En la ubicación de los locos, el bibliotecólogo tiene en cuenta que un cirujano, no sepa de abogados; que una formula química o matemática no vaya a quedar al lado de un poema de Neruda. Sería una batalla monumental, hasta muy divertida, pero el bibliotecólogo no busca diversión, sino la comunión de los locos. Para los observadores, éste es uno de los detalles apenas perceptible que configura al bibliotecólogo como el más loco del paseo. Es la primera y única pista que daré.
El bibliotecólogo no está satisfecho con los locos que tiene. Siempre quiere más. Se sienta en su espacioso sillón de mimbre, mira a la ventana, y piensa en el montón de locos que hay allí afuera. Es por eso que de cuando en cuando sale en busca de más locos, para tratar de colmar su soledad. Sale y recorre las calles; si llueve, usa paraguas. Cuando ve un loco en la calle, le echa mano. Un bibliotecólogo debe tener un buen instinto, un buen olfato para cazar enfermos mentales. Claro que algunos son más cómodos, y simplemente piden un catálogo de locos, y allí aparecen algunos, clasificados por peligrosidad, país de origen y una breve reseña de antecedentes.
Repito mi tesis: el bibliotecólogo se cree el más cuerdo del manicomio, pero en realidad es el más loco del paseo.
Como el bibliotecólogo no está tan loco, según él, claro está; entonces todas las tardes, entrando la noche, echa cerrojo al manicomio, y sale al mundo exterior a dormir en una cama de plumas. Como si no tuviera con los cómodos muebles del manicomio, o con las camas de libros.
En el manicomio hay locos de locos, hay locos inofensivos como Arquímedes, Kurt Godel, Cortázar; inocentes como Einstein; pero también hay unos agresivos como Nietzsche, Rimbaud, Van Gogh, locos de atar como Freud, Lacan. Hay locos que no saben que están locos: Sócrates, Platón. Hay un loco barbadito que se le vigila con cautela, se llama Marx. Hay uno que dice que una mañana se levantó convertido en una cucaracha. Hay otro que promete una ínsula para gobernar, y uno gordito, todavía más loco, que espera la ínsula.
Como el bibliotecólogo quiere llenar este mundo de locos, entonces deja que personas cuerdas entren, para que viendo tanto loco, se les pegue la locura. Llega incluso a dejar que una persona cuerda saque a un loco por unos quince días, y lo más mañoso de todo, da incluso otros quince días renovables si se está muy contento con el loco. Aduce que hace esto con el fin de ver cómo se manejan los locos en sociedad, cómo se comportan en un casa extraña o en el metro. Pero el bibliotecólogo sabe que no tienen remedio, así que su secreta intención es que salgan de la biblioteca un loco y un sano, y vuelvan dos locos. Siempre es así, el loco vuelve loco al sano. Como las manzanas en el costal.
Cuando un sano que anduvo con ciertos locos, se convierte en loco, conserva ciertas características que lo hacen especial. No queda confinado inmediatamente a las celdas. Bueno, uno que otro lo logra (quien escribe esto espera algún día llegar a una de esas celdas del manicomio). Los nuevos locos son estratégicos. El bibliotecólogo quiere que sigan saliendo a la calle, que saquen más locos al mundo exterior. Sin embargo, suceden cosas raras, por eso digo que los bibliotecólogos son los seres más locos. Uno sabe que quieren llenar el mundo de locos, que lleguen cada día más locos al manicomio; pero curiosamente se muestran inamovibles en ciertas cosas: un loco solo puede sacar máximo ocho locos, ni uno más. No sé por qué; si entiendo su modus operandi, entre más locos salgan, mejor. Pero así son, además no entiendo mucho de lógica porque yo también estoy loco. Tal vez teman que un solo loco no pueda manejar más de ocho locos al tiempo. Y que quizás el loco se vuelva tan loco, que nunca más vuelva al manicomio. Son solo hipótesis que se me ocurren.
El loco que carga con ocho locos trata de que haya más locos, es así como anda hablando como loco: “¿Ya conoces a esa loca de Virginia Woolf?, ¿Qué tal el otro loco de Manuel Mejía Vallejo? Te los recomiendo, son geniales”.
Hay locos que son tan altamente peligrosos que los marcan con una “R”, y no pueden salir bajo ninguna circunstancia. Nuevamente no entiendo a los bibliotecólogos, si son los locos más peligrosos, por qué no los dejan salir, para que regresen con más locos.
El bibliotecólogo se cree cuerdo, pero por las noches llora, llora amargamente, llora de locura, llora porque está loco, y porque no conoce a ninguno de los locos de su manicomio en profundidad. Tampoco conoce a los locos que sacan a pasear a los otros locos, cada quince días, y esto lo aflige.
Los locos del manicomio conocen tan bien el lugar y las celdas, que por la noche salen y hacen fiesta. A veces, en la mañana, antes de que el bibliotecólogo llegue, regresan a las celdas; otras veces, son sorprendidos en una orgía perpetua. El bibliotecólogo se pone furioso, pero son locos al fin y al cabo, qué le va a hacer.
El bibliotecólogo cree que él está cuerdo, pero en realidad es el más loco del paseo. Veremos algunos detalles que lo demostrarán: son sutiles, pero espero que tú, lector, seas un buen observador.
No todos los locos son amigos, es por eso que el bibliotecólogo diseñó una inteligente numeración para tener separados a los peleadores. El sistema de numeración tiene que ver con letras y números. Un poco el sueño de todo erudito, combinar las letras con los números.
Hay, por ejemplo, una pelea entre dos locos que lleva más de 20 años casada. Se trata de García Márquez y Vargas Llosa. Pues bien, el bibliotecólogo está al tanto de los sucesos, así que a García Márquez le corresponde la hilera “C” y a Vargas Llosa la hilera “Pe”. Pero nada es perfecto, hay un problema con “García Márquez: historia de un deicidio”, es de Vargas Llosa, y sin embargo, está en la “C”.
Hay a quienes les gusta ver peleas, entonces, en un descuido del bibliotecólogo, ponen al peruano junto al colombiano. Pues bien, una vez apareció García Márquez con un ojo picho, y el muy descarado de Vargas Llosa no negó nada.
En la ubicación de los locos, el bibliotecólogo tiene en cuenta que un cirujano, no sepa de abogados; que una formula química o matemática no vaya a quedar al lado de un poema de Neruda. Sería una batalla monumental, hasta muy divertida, pero el bibliotecólogo no busca diversión, sino la comunión de los locos. Para los observadores, éste es uno de los detalles apenas perceptible que configura al bibliotecólogo como el más loco del paseo. Es la primera y única pista que daré.
El bibliotecólogo no está satisfecho con los locos que tiene. Siempre quiere más. Se sienta en su espacioso sillón de mimbre, mira a la ventana, y piensa en el montón de locos que hay allí afuera. Es por eso que de cuando en cuando sale en busca de más locos, para tratar de colmar su soledad. Sale y recorre las calles; si llueve, usa paraguas. Cuando ve un loco en la calle, le echa mano. Un bibliotecólogo debe tener un buen instinto, un buen olfato para cazar enfermos mentales. Claro que algunos son más cómodos, y simplemente piden un catálogo de locos, y allí aparecen algunos, clasificados por peligrosidad, país de origen y una breve reseña de antecedentes.
Repito mi tesis: el bibliotecólogo se cree el más cuerdo del manicomio, pero en realidad es el más loco del paseo.
Como el bibliotecólogo no está tan loco, según él, claro está; entonces todas las tardes, entrando la noche, echa cerrojo al manicomio, y sale al mundo exterior a dormir en una cama de plumas. Como si no tuviera con los cómodos muebles del manicomio, o con las camas de libros.
En el manicomio hay locos de locos, hay locos inofensivos como Arquímedes, Kurt Godel, Cortázar; inocentes como Einstein; pero también hay unos agresivos como Nietzsche, Rimbaud, Van Gogh, locos de atar como Freud, Lacan. Hay locos que no saben que están locos: Sócrates, Platón. Hay un loco barbadito que se le vigila con cautela, se llama Marx. Hay uno que dice que una mañana se levantó convertido en una cucaracha. Hay otro que promete una ínsula para gobernar, y uno gordito, todavía más loco, que espera la ínsula.
Como el bibliotecólogo quiere llenar este mundo de locos, entonces deja que personas cuerdas entren, para que viendo tanto loco, se les pegue la locura. Llega incluso a dejar que una persona cuerda saque a un loco por unos quince días, y lo más mañoso de todo, da incluso otros quince días renovables si se está muy contento con el loco. Aduce que hace esto con el fin de ver cómo se manejan los locos en sociedad, cómo se comportan en un casa extraña o en el metro. Pero el bibliotecólogo sabe que no tienen remedio, así que su secreta intención es que salgan de la biblioteca un loco y un sano, y vuelvan dos locos. Siempre es así, el loco vuelve loco al sano. Como las manzanas en el costal.
Cuando un sano que anduvo con ciertos locos, se convierte en loco, conserva ciertas características que lo hacen especial. No queda confinado inmediatamente a las celdas. Bueno, uno que otro lo logra (quien escribe esto espera algún día llegar a una de esas celdas del manicomio). Los nuevos locos son estratégicos. El bibliotecólogo quiere que sigan saliendo a la calle, que saquen más locos al mundo exterior. Sin embargo, suceden cosas raras, por eso digo que los bibliotecólogos son los seres más locos. Uno sabe que quieren llenar el mundo de locos, que lleguen cada día más locos al manicomio; pero curiosamente se muestran inamovibles en ciertas cosas: un loco solo puede sacar máximo ocho locos, ni uno más. No sé por qué; si entiendo su modus operandi, entre más locos salgan, mejor. Pero así son, además no entiendo mucho de lógica porque yo también estoy loco. Tal vez teman que un solo loco no pueda manejar más de ocho locos al tiempo. Y que quizás el loco se vuelva tan loco, que nunca más vuelva al manicomio. Son solo hipótesis que se me ocurren.
El loco que carga con ocho locos trata de que haya más locos, es así como anda hablando como loco: “¿Ya conoces a esa loca de Virginia Woolf?, ¿Qué tal el otro loco de Manuel Mejía Vallejo? Te los recomiendo, son geniales”.
Hay locos que son tan altamente peligrosos que los marcan con una “R”, y no pueden salir bajo ninguna circunstancia. Nuevamente no entiendo a los bibliotecólogos, si son los locos más peligrosos, por qué no los dejan salir, para que regresen con más locos.
El bibliotecólogo se cree cuerdo, pero por las noches llora, llora amargamente, llora de locura, llora porque está loco, y porque no conoce a ninguno de los locos de su manicomio en profundidad. Tampoco conoce a los locos que sacan a pasear a los otros locos, cada quince días, y esto lo aflige.
Felipo Zaná
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