Woman, why are you weeping?

Llorarlo todo, pero llorarlo bien
Oliveiro Girondo


Hace poco leí en un blog una referencia a aquella pregunta que le dirige Jesús a María Magdalena, luego de la resurrección, cuando ella encuentra su tumba vacía: “Mujer, ¿por qué lloras?" El pasaje ya lo conocía, pero justo en ese momento lo vi de una manera clara, fue una revelación.

Sucede con frecuencia, nos acostumbramos tanto a nuestras cotidianidades que ya no necesitamos de instrucciones para subir una escalera, ya no tenemos que pensar para tomar el camino que nos llevará a Mandala (bar); andamos como autómatas en la calle. Sin embargo, llega el día en que nos tropezamos subiendo una escalera; llega el día en que habiendo salido para el bar, llegamos a un parque y nos preguntamos para dónde es que iba yo. Llega el día en que nos levantamos con una pasión muerta, o deseando que por fin los sapos bailen flamenco. Pasa. Pasa tantas veces. Un día alguien se despierta despreciando a Gabo, y a la noche llora conmovida por el fusilamiento de Arcadio. Llega el día en que algo que era tan conocido, nos descubre y aparece una pregunta “mujer, ¿por qué lloras?

Me pongo en el lugar de María Magdalena, y siento que la sangre se me vuelve un témpano, no por la visión de alguien que supuestamente había muerto, sino por la luz que emite esa pregunta. Quizás ese era el brillo que se le atribuye a Jesús, no era nada sobrenatural, era simplemente el brillo de la pregunta: mujer, ¿por qué lloras?

Y me pongo nuevamente en el lugar de la mujer, y se me antoja que mi reacción hubiera sido dejar de llorar, no porque aquel que estaba muerto ha resucitado, y por tanto ya no haya pena; no porque la tumba estuviera vacía y entonces no sabría dónde está el cuerpo; sino por la pregunta. Y es que la pregunta es un cuchillo que nos escarba en lo más hondo y pálido de nuestras carnes.

Es posible que si nos preguntáramos por qué, no haríamos lo que hacemos. Mujer, ¿por qué lloras? Dime por qué. Pienso y no encuentro una respuesta, quizás sea un engaño y en el hecho de pensar distraigamos nuestro dolor y las lágrimas se sequen. O quizás simplemente no tenemos el porqué de nada.

Si llenáramos este mundo de porqués, qué pasaría. Responder un porqué es ir hasta lo más hondo, es omitir todas las razones superficiales, es conocerse a sí mismo. ¿Por qué lloras, mujer?

Si en plena lucha, se le preguntara a un policía por qué das bolillo, seguramente el bolillo caería al piso. No valdría un porque es mi trabajo, porque es mi manera de ganarme la vida, porque me gusta ser tirano, porque soy un títere. No, en serio, policía, ¿por qué das bolillo?

Si se le preguntara a un estudiante por qué tiras piedras, la piedra caería por su propio peso. Se evaporarían las respuestas por la educación pública, para combatir la tiranía, etc. Se miraría hacia adentro, dime estudiante, ¿por qué tiras piedras?

Y como dice Neruda en “A callarse”, no se trata de la inacción definitiva, no se trata de silenciar los sentidos, se trata simplemente de saber, mujer, por qué estás llorando.

No somos tan sabios aún como aquel que hizo esa pregunta, no tenemos la respuesta.

Esa pregunta, esa pregunta. Cae la piedra, cae el bolillo, se secan las lágrimas, cae la pluma.

¿Por qué escribo?

Felipo Zaná

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