En Tierradentro
Hoy fui a Tierradentro a casa de mi amigo Alex Girasol. Cuando llegué, no había nadie; tampoco había señal de sus dos perros: Silvestre y Barcino. Decidí bajar a la quebrada, lugar que siempre sirve de encuentro entre nosotros y la palabra. Descubrí lo que Alex Girasol me había anunciado días antes por teléfono, que había habido una avalancha, y el lugar en el que siempre nos reuníamos, al lado de la quebrada, ya no existía. Era un lugar bastante agradable en el que nos convocaba la chicha, el vino, la poesía y el baile al ritmo de las llamas de la hoguera.
Ahora el lugar se ha ido. La quebrada se lo llevó. El agua tiene más espacio. Esos son los estragos que ha causado la época de invierno en todo el país. Aquello sucedió durante uno de los últimos aguaceros, que ha sido el más fuerte en los últimos 30 años. Sin embargo, el lugar no ha perdido su magia. El ancho de la quebrada se ve muy bien, tanta piedra y tanto tronco desperdigado por la corriente encuentran su coherencia en la imagen del paisaje. La corriente es baja, los dos perros cruzan con facilidad hasta el otro extremo.
Me senté en una de las piedras grandes a esperar a que Alex apareciera. Escuchar los diferentes sonidos del arroyo me entretuvo. Realmente los contemplé como una orquesta. Lograba aislar cada sonido del agua al chocar en cada piedra, y también escuchaba todos los sonidos como un todo. Un sonido para perderse toda una vida. Un sonido capaz de revelar el significado de todos los amores y las guerras al oído atento y sincero.
Minutos después, aparecieron los perros: Silvestre y Barcino; en breve, Alex Girasol.
Cogimos cuatro naranjas de un árbol. Retiro lo dicho en unas entradas atrás sobre la naranja. Hoy la tomé con chicha, y combinada sabe muy bien. La chicha estuvo exquisita. Muy, muy deliciosa.
Ahora Alex tiene más animales que antes. Tiene gallinas con sus respectivos pollitos, una pareja de patos y un pavo. Mi amigo me preguntó que si quería un huevo de pata. Nunca lo había visto antes, así que le dije que desde luego. Le pregunté que cuál era su tamaño, de qué color tenía la yema. Alex simplemente me dijo: "Felipe, en apariencia es igual a un huevo de gallina. Además sabe igual a un huevo de gallina. No notarás la diferencia”. Mi curiosidad no disminuyó, recibí el huevo y en efecto vi que era igual a un huevo de gallina. Sin embargo, el saber que era un huevo de pata le daba un matiz diferente a mis ojos. Sé que era el conocimiento quien le ponía el color y el matiz al huevo, porque si me lo hubieran dado en la tienda al pedir simplemente un huevo, no habría notado nada y lo habría visto solamente como un huevo más. Lo guardé en el bolsillo de mi camisa. Mantuve de ese momento en adelante mi mano en el bolsillo para que no se me fuera a caer por accidente mi preciado tesoro.
Hicimos planes con la plata de nuestros premios literarios. Él, con su premio en poesía; yo, con mi premio en ensayo. Habrá cerveza y chicha, desde luego, y Mandala estará presente.
Cuando me iba a ir, bajamos a esperar el bus. Bajamos acompañados del perro Silvestre, mi gran maestro en cuestiones de Yagé. Nos acercamos a una tienda a tomarnos unas cervezas. Mientras estábamos allí, se acerco un niño, y le preguntó a Alex si lo invitaba a una cerveza. Luego de que el niño se hubiese retirado, le pregunté a Alex si de verdad el niño tomaba cerveza y cuál era su edad. Alex me dijo que nueve años y que desde luego que tomaba cerveza, y que eso no era nada, que también tomaba aguardiente, huelía, y fumaba mariguana. Finalmente me contó que cuando se emborrachaba, se enloquecía por completo. Me sorprendió mucho todo eso, porque en realidad era muy niño. Me sentí un poco viejo, por pensar en eso.
De camino de regreso me fui empollando el huevo. Cuando llegué a casa, lo frité. Y en efecto sabía a huevo de gallina. Pero es increíble, me comí un huevo de pata.
Cuando estaba cursando la materia de Leches en la universidad, constantemente en gráficos comparativos de niveles de grasa o acidez, veía diferentes tipos de leche, tales como la de búfalo o la de cabra. El profesor nos contaba que la leche de búfalo era la mejor, pero nunca he podido probarla.
Hoy, sin embargo, probé el huevo de pata.
Ahora el lugar se ha ido. La quebrada se lo llevó. El agua tiene más espacio. Esos son los estragos que ha causado la época de invierno en todo el país. Aquello sucedió durante uno de los últimos aguaceros, que ha sido el más fuerte en los últimos 30 años. Sin embargo, el lugar no ha perdido su magia. El ancho de la quebrada se ve muy bien, tanta piedra y tanto tronco desperdigado por la corriente encuentran su coherencia en la imagen del paisaje. La corriente es baja, los dos perros cruzan con facilidad hasta el otro extremo.
Me senté en una de las piedras grandes a esperar a que Alex apareciera. Escuchar los diferentes sonidos del arroyo me entretuvo. Realmente los contemplé como una orquesta. Lograba aislar cada sonido del agua al chocar en cada piedra, y también escuchaba todos los sonidos como un todo. Un sonido para perderse toda una vida. Un sonido capaz de revelar el significado de todos los amores y las guerras al oído atento y sincero.
Minutos después, aparecieron los perros: Silvestre y Barcino; en breve, Alex Girasol.
Cogimos cuatro naranjas de un árbol. Retiro lo dicho en unas entradas atrás sobre la naranja. Hoy la tomé con chicha, y combinada sabe muy bien. La chicha estuvo exquisita. Muy, muy deliciosa.
Ahora Alex tiene más animales que antes. Tiene gallinas con sus respectivos pollitos, una pareja de patos y un pavo. Mi amigo me preguntó que si quería un huevo de pata. Nunca lo había visto antes, así que le dije que desde luego. Le pregunté que cuál era su tamaño, de qué color tenía la yema. Alex simplemente me dijo: "Felipe, en apariencia es igual a un huevo de gallina. Además sabe igual a un huevo de gallina. No notarás la diferencia”. Mi curiosidad no disminuyó, recibí el huevo y en efecto vi que era igual a un huevo de gallina. Sin embargo, el saber que era un huevo de pata le daba un matiz diferente a mis ojos. Sé que era el conocimiento quien le ponía el color y el matiz al huevo, porque si me lo hubieran dado en la tienda al pedir simplemente un huevo, no habría notado nada y lo habría visto solamente como un huevo más. Lo guardé en el bolsillo de mi camisa. Mantuve de ese momento en adelante mi mano en el bolsillo para que no se me fuera a caer por accidente mi preciado tesoro.
Hicimos planes con la plata de nuestros premios literarios. Él, con su premio en poesía; yo, con mi premio en ensayo. Habrá cerveza y chicha, desde luego, y Mandala estará presente.
Cuando me iba a ir, bajamos a esperar el bus. Bajamos acompañados del perro Silvestre, mi gran maestro en cuestiones de Yagé. Nos acercamos a una tienda a tomarnos unas cervezas. Mientras estábamos allí, se acerco un niño, y le preguntó a Alex si lo invitaba a una cerveza. Luego de que el niño se hubiese retirado, le pregunté a Alex si de verdad el niño tomaba cerveza y cuál era su edad. Alex me dijo que nueve años y que desde luego que tomaba cerveza, y que eso no era nada, que también tomaba aguardiente, huelía, y fumaba mariguana. Finalmente me contó que cuando se emborrachaba, se enloquecía por completo. Me sorprendió mucho todo eso, porque en realidad era muy niño. Me sentí un poco viejo, por pensar en eso.
De camino de regreso me fui empollando el huevo. Cuando llegué a casa, lo frité. Y en efecto sabía a huevo de gallina. Pero es increíble, me comí un huevo de pata.
Cuando estaba cursando la materia de Leches en la universidad, constantemente en gráficos comparativos de niveles de grasa o acidez, veía diferentes tipos de leche, tales como la de búfalo o la de cabra. El profesor nos contaba que la leche de búfalo era la mejor, pero nunca he podido probarla.
Hoy, sin embargo, probé el huevo de pata.
Felipo Zaná
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