Diario de viaje – Día 4 – Isla Negra



Oh Capitán, mi Capitán:
levántate aguerrido y escucha cual te llaman
tropeles de campanas.
Por ti se izan banderas y los clarines claman.
Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.
Walt Whitman

Pablo, el mar te busca, va y viene acompañado por el viento; quiere adentrarse en el patio de tu casa y anegarlo todo. Anegar tu tumba y la de tu amada, anegar tu astrolabio, anegar tu barco.

Es tu casa un barco, y el mar es entre muchas cosas un destructor de embarcaciones; poco a poco las va consumiendo con su lengua de sal, a veces las reduce a tablas y clavos en un rugido único, estremecedor y salado. Navega tu casa por fuera de sus dominios. Y el mar, el mar, Pablo, no perdonará a ese barco errante y aislado. Golpea las rocas, tratando de adentrarse en tu casa. El timón se ha perdido con los años, no hay capitán que gobierne tu casa, que navega perdida en medio de extranjeros de todas las latitudes.

***

Desperté a las seis de la mañana con una costra de vino en los labios. Miré alrededor y no encontré ni a Juan José ni a Delia, así que seguí durmiendo. A las diez me desperté nuevamente y llamé a Maya. Había un silencio total. Buscamos por toda la casa y no encontramos a nadie. Todos los habitantes se habían marchado y tal parecía que Juan José y Delia no habían llegado a dormir. Sabíamos que estábamos encerrados, pues para salir era preciso tener llaves. Recorrí nuevamente toda la casa, tratando de buscar un teléfono para llamar a Juan José o a Delia, pero no lo encontré. Tiempo después nos enteraríamos de que no había teléfono en la casa. Maya quería saltar el muro de la entrada, pero finalmente encontramos una llave en un cofre cerca a la puerta, que luego de probarla funcionó a la perfección.

Llegamos a la Estación del Sol, para tomar el bus a Isla Negra; sin embargo, la información que había en internet estaba incorrecta. De ese lugar no salían buses para el pueblo de Neruda; así que luego de atravesar toda la ciudad en metro, nos tocó devolvernos hasta la terminal de la Universidad de Santiago.

En el bus de Isla Negra, conocimos a dos mujeres. Una era atrevida, con muchas ganas de acostarse y fumar marihuana, la otra era bella y resultó ser la tataranieta de Vicente Huidobro, el gran poeta chileno, autor de Altazor. No pudimos compartir mucho más, pues ellas seguían hasta Algarrobo, y nosotros nos quedábamos en Isla Negra.

El bus hizo su parada, y el conductor nos señaló un camino por el cual llegaríamos a la casa del poeta. La tarde estaba tranquila y bonita. El camino era pacífico, hasta que vi la guerra constante del mar. Ahí estaba el mar: todo se resolvió dentro de mí, el mar se agitaba y yo con él.

Isla Negra no es ni isla ni negra. Es un gran barco colorido. Tiene vida propia, como si fuera un barco animal, como si fuera una ballena. La presencia de Neruda se siente por toda la casa. Como diría el viejo de Juan José, es como si Neruda estuviera vivo y se hubiera ausentado tan solo unos minutos, quizás a comprar una bolsa de leche o un poco de pan. Sin embargo, el capitán está muerto: duerme cerca al mar.

En Isla Negra uno entiende un poco de la poesía de Neruda: el mar lo es todo, en la vida, en los versos, todo en ti fue naufragio. Hay una colección bellísima de mascarones de proa y popa. Inclinado en las tardes echo mis tristes redes a ese mar que sacude tus ojos oceánicos. Todo está dispuesto como si fuera un barco; la mesa es un gran timón. El puesto de Neruda es el puesto del capitán. Hay en la casa una colección de cosas y cosas que el poeta chileno fue juntanto en sus muchos viajes, y otras que llegaban a su casa, como muestra de aprecio de todos los invitados que arribaban.

La guía del museo contó lo siguiente, ¿no les parece extraño que las otras dos casas de Neruda tengan nombres y la de Isla Negra no? La de Valparaíso se llama La Sebastiana; la de Santiago, La Chascona. Pues bien, aquí en Isla Negra, Neruda no bautizó la casa, sino que bautizó toda la región. Esto antes no se llamaba Isla Negra.

Luego de visitar la casa de Neruda, caminamos por Isla Negra, rodeando el mar. Llegamos hasta Cantalao, no pudimos entrar por culpa de unos perros bravos; sin embargo, lo bordeamos, y pudimos contemplar uno de los mejores paisajes que he visto en mi vida. Un mar como ninguno. Un sol precioso que se contemplaba en el agua. Un mar brillante de alegría. Pensé mucho en el mar, en tantas sirenas que hay allí, en tantas mujeres que hay en la vida, en tantos barcos hundidos.

Luego de Isla Negra, fuimos a Algarrobo. Allí tomamos el bus que nos llevaría a Valparaíso. Luego de algunos asares encontramos un hostal. Pagamos el valor de la noche. Cuando me acosté, pensaba en algunos versos de Neruda: Se trata de que tanto he vivido que quiero vivir otro tanto.

13 de septiembre de 2012

Felipo Zaná




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