Elogio a la mandarina
Perdido en un edén de frutas, la mandarina brilla más que ninguna. Si la manzana era la fruta de la ciencia del bien y del mal, entonces qué papel le correspondería a la mandarina. Ella es como ninguna. Es un ideal. Representa la fragmentación del ser. Las partes y el todo, la teoría de los sistemas.
Por su color naranja y su forma se parece mucho a la naranja. Aunque tienen diferencias insalvables. La naranja secretamente quiere ser mandarina, muere de envidia: es una verdad tan simple.
Cuando era niño, y me daban una fruta de color naranja, inmediatamente me alegraba pensando en una mandarina. Cuando la cogía, y trataba de destaparla, encontraba dificultades; entonces imaginaba que la había agarrado al revés, así que la giraba e intentaba otra vez. Cuando daba una vuelta completa, viéndola desde todos los ángulos y no la había logrado abrir; con profunda tristeza comprendía que era una naranja.
Cuando me dan una mandarina, una sonrisa ilumina mi rostro. Cuando es una naranja, me embarga una pena.
La naranja quiere ser mandarina, quiere parecerse a ella, y no pierde ocasión para engañar a uno que otro incauto.
No solo la facilidad de abrir hace mejor a una mandarina que a una naranja. Volvamos a la infancia. Cuando me engañaban con una naranja, entonces se la daba a mi abuela, para que ella me ayudara a quitarle la cascara. Luego de un proceso tortuoso, ella me entregaba la fruta. Yo la comía y no me gustaba su sabor. Me recomendaban entonces que probara con sal o con azúcar. El sabor mejoraba notablemente, pero nunca lo suficiente. Nunca me gustaron los jugos de naranja. La mandarina por el contrario es dulce y agradable; no necesita ni de sal ni de azúcar.
Además la mandarina tiene algo, no sé cómo definirla, si socialista, comunista, cristiana o simplemente altruista. La mandarina es una fruta pensada para compartir. Ya viene dividida, y lo más importante es que viene en porciones muy precisas. No tan pequeñas que uno no alcance a degustarla, no tan grandes que solo alcancen para unos pocos. Qué fácil es compartir una mandarina. Si por el contrario, se quisiera compartir una naranja tocaría recurrir a un cuchillo. Tocaría asesinarla, porque es una fruta egoísta. Primero muerta, a ser compartida.
La mandarina es ese espíritu que sabe que uno para todos y todos para uno. La mandarina es ese espíritu que sabe que todos somos iguales, y que todos merecemos un gajo de ella. La mandarina sabe analizarse, sabe encontrar los múltiples seres que la habitan.
Otras frutas también se pueden compartir fácilmente. Los mamoncillos o las uvas. Alguien se acerca, y le brindamos una uva o un mamoncillo. Pero ahí en realidad estamos regalando una uva que nada tiene que ver con nuestra uva, solo tienen en común que vienen del mismo árbol. Así que son solo apariencias. No se comparte absolutamente nada. Se trata de dos uvas o dos mamoncillos completamente diferentes. Cada una con sus propios anhelos y tristezas. Si quisiéramos compartir una uva, también tocaría matarla, también tocaría recurrir a un cuchillo o la tenacidad de los dientes.
La mandarina se despoja. Sabe que el hombre es muchos. Ella como mandarina sabe que es muchas mandarinas al mismo tiempo.
Perdido en el edén de las frutas, busco el árbol de la distribución.
Por su color naranja y su forma se parece mucho a la naranja. Aunque tienen diferencias insalvables. La naranja secretamente quiere ser mandarina, muere de envidia: es una verdad tan simple.
Cuando era niño, y me daban una fruta de color naranja, inmediatamente me alegraba pensando en una mandarina. Cuando la cogía, y trataba de destaparla, encontraba dificultades; entonces imaginaba que la había agarrado al revés, así que la giraba e intentaba otra vez. Cuando daba una vuelta completa, viéndola desde todos los ángulos y no la había logrado abrir; con profunda tristeza comprendía que era una naranja.
Cuando me dan una mandarina, una sonrisa ilumina mi rostro. Cuando es una naranja, me embarga una pena.
La naranja quiere ser mandarina, quiere parecerse a ella, y no pierde ocasión para engañar a uno que otro incauto.
No solo la facilidad de abrir hace mejor a una mandarina que a una naranja. Volvamos a la infancia. Cuando me engañaban con una naranja, entonces se la daba a mi abuela, para que ella me ayudara a quitarle la cascara. Luego de un proceso tortuoso, ella me entregaba la fruta. Yo la comía y no me gustaba su sabor. Me recomendaban entonces que probara con sal o con azúcar. El sabor mejoraba notablemente, pero nunca lo suficiente. Nunca me gustaron los jugos de naranja. La mandarina por el contrario es dulce y agradable; no necesita ni de sal ni de azúcar.
Además la mandarina tiene algo, no sé cómo definirla, si socialista, comunista, cristiana o simplemente altruista. La mandarina es una fruta pensada para compartir. Ya viene dividida, y lo más importante es que viene en porciones muy precisas. No tan pequeñas que uno no alcance a degustarla, no tan grandes que solo alcancen para unos pocos. Qué fácil es compartir una mandarina. Si por el contrario, se quisiera compartir una naranja tocaría recurrir a un cuchillo. Tocaría asesinarla, porque es una fruta egoísta. Primero muerta, a ser compartida.
La mandarina es ese espíritu que sabe que uno para todos y todos para uno. La mandarina es ese espíritu que sabe que todos somos iguales, y que todos merecemos un gajo de ella. La mandarina sabe analizarse, sabe encontrar los múltiples seres que la habitan.
Otras frutas también se pueden compartir fácilmente. Los mamoncillos o las uvas. Alguien se acerca, y le brindamos una uva o un mamoncillo. Pero ahí en realidad estamos regalando una uva que nada tiene que ver con nuestra uva, solo tienen en común que vienen del mismo árbol. Así que son solo apariencias. No se comparte absolutamente nada. Se trata de dos uvas o dos mamoncillos completamente diferentes. Cada una con sus propios anhelos y tristezas. Si quisiéramos compartir una uva, también tocaría matarla, también tocaría recurrir a un cuchillo o la tenacidad de los dientes.
La mandarina se despoja. Sabe que el hombre es muchos. Ella como mandarina sabe que es muchas mandarinas al mismo tiempo.
Perdido en el edén de las frutas, busco el árbol de la distribución.
Felipo Zaná
Comentarios
Exelente
Divino
:)