Testimonio: NartyJulieth

Muchos años después, frente a los espejos de la memoria, Felipe Lopera había de recordar aquella tarde remota en que conoció a NartyJulieth. José María Vélaz era entonces una biblioteca de unos dos mil ejemplares…

Era la tercera vez que entraba en esa biblioteca: la primera había sido en una exposición de pinturas de Victor, con obra de teatro incluida; la segunda vez fue, tiempo después, a ver una película con Diego, pero no vi nada porque llegué tarde. Pasaron varios abriles. Una noche, viniendo de Mandala, encontré a Diego en la calle, y me invitó al taller. Luego de la primera sesión, Adriana me dijo que la esperara, para sugerirme otro horario, el mismo horario de Andrés Holguín y Biviana Arbeláez. Mientras esperaba, Narty me invitó a tomar asiento, en su oficina, me hizo varias preguntas, y a los cinco minutos saqué la conclusión de que era la mujer más encantadora del mundo.

Narty irradiaba una alegría de niña de cinco años, como si el mundo lo hubieran acabado de inventar. Y era imposible no contagiarse por esa alegría.

En una de las siguientes sesiones, no habiendo funcionado la grabadora donde íbamos a poner un CD de un tal Neruda, Narty fue la llamada a reemplazar el aparato. Protestó como una niña, que qué pena, se sonrojó; finalmente lo aceptó. Cerró sus ojos como una cascada, y comenzó a recitar de memoria: “Amo las cosas loca, locamente. Me gustan las tenazas, las tijeras, adoro las tazas, las argollas, las soperas, sin hablar, por supuesto del sombrero…”. En ese punto, sus manos fueron expresivas, como indicando que exactamente el sombrero era lo más importante. Para finalizar con el apoteósico: “…que vivieron conmigo media vida y morirán conmigo media muerte”. Neruda en el corazón, Narty en el corazón.

Luego, en una conversación le hablé de mi gusto por María Mercedes Carranza, fue ella quien me contó la forma en que murió, también me habló de Federico García Lorca, de las puñaladas, de los fusiles, de su grito “quiero vivir, no estoy muerto”.

Comencé a ir bastante a la biblioteca, sobre todo por las tardes, Narty me daba tinto.

En el acto de despedida de fin de año, Victor y yo leímos poemas, fue la primera vez que leí en público. Ese día Narty recitaría el poema que mejor recita: “Réquiem por Federico” de Rafael de León.

Al año siguiente, la sorpresa fue que Narty se había ido de la biblioteca. ¡Qué solos quedaron esos dos mil ejemplares! Se había llevado su roja y crespa melena para otros libros. Las flores del mal, Las Memorias de Adriano, Las antologías de Neruda, El Romancero Gitano se desgastaban con lágrimas de tinta. Fue un lugar diferente la biblioteca, ya no había el tinto ni el poema, ya no había la cabellera crespa y roja, ya no había la alegría. No en toda biblioteca son los libros el alma.

Tiempo después nos encontramos nuevamente a ver Angelitos Empantanados en el Matacandelas. Terminamos en el Periodista, lugar que purga y crea demonios.

Cuando Narty se mudó al centro, volvimos nuevamente a reunirnos todos, a leer Ana Karenina. Recuerdo que la primera vez que entré en la casa de ella, estaba pegado en la pared el poema “Bocanada”, ese poema que tanto le gustaba. Desgraciadamente Narty no siempre nos podía acompañar, cada vez estaba más llena de trabajo, cada vez se veía más cansada. Se alejaba tristemente de la niña de antaño. Aprendía y aprehendía cosas buenas, otras no tanto. Pero su esencia seguía siendo la misma. Todavía seguía siendo la mujer más encantadora del mundo.

Hace poco volví a ver a Narty, quería que Laura la conociera. Llegó como dice Sabina: “Con su boina calada al estilo del Ché”. Su mundo mágico y maravilloso aún la acompañan: Klimt, Neruda, García Lorca, Alicia, Serres, Lilith. Es la femme fatale. “Así es la vida, Narty, aquí tienes las cosas que te puede ofrecer mi amistad de melancólico varón varonil. Ya sabes por ti misma muchas cosas. Y otras irás sabiendo lentamente.”

Felipo Zaná

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