Amable lector, ¿eres de las personas que gusta de rayar los libros? ¿O por el contrario piensas que es un crimen? Hablaré un poco sobre esa espinosa cuestión. Déjenme que les cuente una historia. Tenía tres candidatos para mi próxima lectura. Los había prestado esta semana en la biblioteca. Se trataban de “La monja alférez” de Thomas de Quincey, “La charca del diablo”, de George Sand y “Los himnos a la noche / Enrique de Ofterdingen” de Novalis. Antes de leer un libro me gusta mirarlos al derecho y al revés. Miro el número de páginas, el tamaño de la letra, hojeo brevemente la calidad del prólogo, y leo la primera línea, a veces también la última. En “La charca del diablo”, me encontré en la última hoja con el siguiente comentario que alguien había escrito allí con letra verde: “Esto, infortunado lector, no es una novela… es un cuento larguísimo… y de los peores. El costumbrismo francés es mucho más depurado”. Bendije a la persona que escribió eso allí. Sentí que no había necesidad ...
He visitado pocas bibliotecas en mi vida. Podría decir simplemente que conozco y he recorrido los estantes de la Biblioteca Pública Piloto y los de la José María Velaz. Sin embargo, tengo mi biblioteca soñada. Y al conocer tan pocas, es posible que ese sueño ya se haya materializado y que esa biblioteca exista en algún lugar de este mundo: Estambul, Marinilla, Santiago, Nashville... Si no existe esa biblioteca, pido el favor a quienes lean estas líneas que por favor me ayuden a construirla: sería más o menos así. En la biblioteca no habrá palabra oral, será una biblioteca del silencio, de la palabra escrita, del gesto, de la vida. Será atendida por mimos. Quien cataloga los libros será un mimo, quien limpia el polvo será un mimo, quien dirige también. Así habrá un silencio delicioso para leer y, sobre todo, aprenderemos que la palabra se puede reemplazar por un gesto, paradójico, lo sé. En la pared habrá escrito el siguiente verso de Walt Whitman, “Not words, not music or rhyme I w...
la vida es sólo lo que se hace, no quiero nada con la muerte. Pablo Neruda Se va uno olvidando de aquellas pequeñas cosas. Y en su lugar va llegando lo de siempre, las “cosas importantes”, ese checklist infinito e invisible, que ordena conseguir un trabajo estable, un carro último modelo, estudiar una maestría, casarse, tener hijos, pagar un buen colegio, salir de vacaciones a una playa. Actividades que no necesariamente lo hacen a uno feliz; actividades que olvidan lo importante de la vida. Hace poco mi hermana me dio una lección. Leyó un método para ordenar y dejar ir objetos en la casa. El método consiste en coger cada objeto, tocarlo, cerrar los ojos y pensar por un momento en la sensación que causa. Si produce felicidad, hay que conservarlo, si no, simplemente se deshecha. No utilidad, sino felicidad. Lo esencial es invisible para los ojos. Sí, Principito, y tantas y tantas actividades que van pasando por nuestros ojos en desfile pintoresco, van dejando poco tiempo a la...
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