Sobre cartas y carteros

Hoy realicé el trabajo de cartero, y me gustó. Tenía que entregar en total nueve cartas, todas a la misma destinataria. El remitente me las había confiado desde hacía ocho días. Cuidadosamente guardé las cartas durante todo ese tiempo, en espera de un encuentro con la destinataria. Me esmeré por que no se fueran a ensuciar, ni a doblar, ya que es siempre muy molesto cuando le entregan a uno algo con manchas de vino o sucio con frijoles. Tomé mi papel de heraldo muy en serio, pensé mucho en lo que significa ser cartero. Recordé un fragmento de la novela Yo estoy en este cuadro cuando el cartero se le presenta al protagonista: “Soy cartero. Viajo de aquí para allá, con muchas historias a cuestas. Me gusta mi oficio. Cada carta es un pedazo de vida que se desprende de una persona para formar parte de otra. Es un pequeño regalo de biografía, tanto por el tiempo que se gasta escribiéndola como por el contenido que se plasma”. Y ahora por fin pude llegar a entender esas palabras. Claramente se sienten latir las cartas, y no es otra cosa más que vida la que va allí, a veces una vida de unos cuantos minutos, pero otras veces una vida entera con todos sus segundos y minutos. Me pregunté por los mecanismos secretos que mueven a las personas a escribir cartas, no hablo de cartas comerciales, ni de cartas informativas, sino de las cartas con biografía, pero hasta el momento no he podido descubrirlo.

Me sentí un poco como el cartero de Yo estoy en este cuadro. Llevaba pues en mi mochila gran parte de la vida del remitente. Debo confesar que me invadía la tentación de hurgar en la carta y descubrir las líneas, quería saber lo que cargaba, si malas o buenas noticias, quería saber si era algo urgente que no podía dar espera o algo que tranquilamente se podía tardar una semana en llegar. Medité mucho en el oficio, y se me ocurrió que el cartero debería tener un papel más activo, leyendo por ejemplo el contenido de las cartas.

Creo que el cartero es igual de importante que el destinatario y el remitente, por tanto él también debería enterarse del mensaje. Los tres forman un equilibrio, son como un triángulo equilátero, donde en el centro está la carta. Me parece injusto que el cartero, se pierda del mayor placer de su oficio que es saborear las cartas. Es cierto que también se obtiene placer recorriendo los caminos, de los aromas agradables que desprenden las cartas, de la obra de arte que es un sobre, en especial aquellos que tienen rayitas rojas y azules en los bordes, pero definitivamente nada hay más alto en una carta que el mensaje y la caligrafía del remitente. Citando nuevamente al cartero de la novela, dice algo como: “Algunas veces creo que también yo hago parte de esas historias, y que hay un pedazo de mí que se va quedando en cada casa que visito. En momentos de debilidad, me gustaría entregar sólo aquellas cartas que nunca escribo; o descansar en un lugar fijo, mientras otro las reparte. Porque uno va muriendo poco a poco, carta a carta. Me gusta mi oficio, pero es difícil: los caminos son largos y agotadores”.

Hay un inconveniente, sin embargo, y es el siguiente. Si el cartero leyera todas las cartas que pasaran por sus manos, sería atravesado sin lugar a dudas por muchas historias de amor, y poco a poco iría enloqueciendo en silencio; se me antoja muy similar a las personas que gastan gran parte del día en leer ficciones. Además está latente el peligro de que el cartero se pase de listo y trate de hacer algo con la carta en beneficio propio. Sin embargo, ahí también se rompería el equilibrio, y es por eso que es tan importante saber seleccionar el cartero, que participe del placer, pero que no trate de buscar un beneficio propio.

También me pregunté si un cartero debe entregar sus propias cartas; creo que no, que el equilibrio se rompería también, porque todo triángulo necesita tres lados y tres vértices. Si el cartero es quien entrega su propia carta, se perdería la simetría, el destinatario se sentiría restringido de alguna manera por la presencia del remitente-cartero, los gestos no podrían salir libremente. Habría restricciones conscientes o inconscientes.

El cartero es importante, y debe compenetrarse con el remitente y el destinatario. Hay algo sórdido en mandar una carta por Servientrega o Deprisa, pues allí solo la contemplan como mercancía, y no tienen en cuenta que transportan vida, que transportan arte. También hay algo sórdido en mandar la carta por correo electrónico, pues el mensajero tampoco ve vida y arte sino puro código ascii, y por supuesto no hay sobre con rayitas rojas y azules.

Felipo Zaná

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